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"Estos cuentos los he recibido del arcoíris y de la luz de la luna en las arboledas, los campos, las vías de ferrocarril y otros muchos lugares. En realidad, no pude evitar sentirlos mientras cruzaba el verde robledal de la tarde o temblaba por el viento de la montaña en noviembre. Así ocurrieron y así me he limitado a escribirlos." Las palabras de Kenji Miyazawa, contenidas en el prólogo de este libro, explican mucho mejor que yo y son el resumen de la motivación que llevó a este autor a crear mundos extraños que provocan sensaciones difíciles de etiquetar. Unos mundos tan extraordinarios que otro genio como Hayao Miyazaki en su Studio Ghibli supo trasladar a versiones cinematográficas como La princesa Mononoke o El viaje de Chihiro, ésta última con una referencia clara a otra obra de Miyazawa, El tren nocturno de la Vía Láctea. El amor que este autor sentía por la Naturaleza, con mayúsculas, se refleja en cada una de sus obras, en sus cuentos infantiles, que no lo son tanto, donde ciervos, ardillas, setas o nubes charlan animadamente con el ser humano, a veces de manera cordial, otras muchas para recordarle que el respeto es lo más importante, teniendo que administrar un castigo cuando no se cumplen las mínimas reglas de convivencia. Elegir la piedra más bonita, redonda y perfecta, adentrarse en un bosque ladrón, convertirse en la comida de aquellos a quienes se sacrifica, que la nieve pueda proteger a un niño o que una manada de ciervos pueda bailar mientras un ser humano, atónito, les observe no sorprende a quién esté acostumbrado a leer a Miyazawa Kenji, un ser humano excepcional con una sensibilidad fuera de lo normal que quiso dejar para la posteridad su forma de pensamiento creada a través de un mundo natural inocente, limpio, perfecto y si, también, un tanto ingenuo. Pura magia y una delicia de lectura. Enlace: https://literaturajaponesafa.. |
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