La forastera

Esta reseña bien pudiera resumirse en un deseo: quién pudiera escribir como escribe Olga Merino. O al menos acercarse a ello. No solo por la madurez de ideas y sentimientos que impregna cada una de sus páginas, sino por la forma en que lo hace, con esa paleta inagotable de recursos léxicos y una sabiduría sintáctica y narrativa poco frecuentes en la novela actual. La palabra ‘paleta', por cierto, gravita por todo el relato, inundándolo de sensorialidad, de texturas casi pictóricas que llenan de color los ojos al avanzar por sus líneas.
La forastera ilustra a la perfección lo que se quiere decir cuando se dice que forma y contenido son básicamente lo mismo, o que se hallan tan ligados que toda búsqueda de su línea divisoria se antoja estéril y artificiosa. La historia de una mujer rota que regresa a su pueblo, a sus raíces, que están igualmente rotas y a cuyos misterios dolorosos se entregará en un último viaje de descubrimiento, siempre hacia el interior, hacia su propia sangre. Uno puede elaborar, leer y releer la sinopsis más certera de este libro y seguir en la ignorancia de lo que va a encontrar en él. Porque La forastera no es tanto la historia de esa mujer como la manera en que se cuenta.
Y qué manera de contar.