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Lo que llama primero la atención, cuando empiezas a leer a Olga Merino, es la riqueza y la belleza de su vocabulario. Utiliza palabras del pueblo, de una época, de un lugar...que dan fuerza y verdad a lo que cuenta. En esta ocasión, además, gracias a la experiencia de la protagonista como musa y amante de un pintor londinense, añade los matices de colores con los que alguien unido a la pintura ve el mundo. Ángela descubre mezclas de colores en los atardeceres, en los campos, en las personas...a pesar de que le ha tocado vivir una realidad negra de luto. Está de vuelta de todo en la que fuese la casa familiar antes de que sus padres tuvieran que emigrar a la ciudad. El dueño de la casa grande, el patrón, se ha ahorcado en las lindes de sus tierras y a partir de ahí, ella empezará a conocer los secretos de su propia familia y de la aldea en general. Ha sido toda una experiencia su lectura. |
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