De no estar firmada por Eduardo Mendoza esta novela no se hubiera publicado, y de haberlo sido, no habría llamado la atención de tanto crítico ni serían los comentarios tan benévolos. No le hace ni sombra a las historietas de Mortadelo y Filemón, a las que tanto debe su planteamiento y, por supuesto, su humor está muy lejos de aquellas entretenidísimas «El laberinto de las aceitunas» o «El misterio de la cripta embrujada» con los que tan buenos momentos pasé. Salía de viaje y mi mala cabeza hizo que me dejara olvidada en casa la novela que tenía entre manos. En el aeropuerto la oferta es parca y coja, y en el país de los ciegos, el tuerto resultó ser este, un rey que debía protegerme de las torturas que procuran un viaje y unos días sin lectura. Lo consiguió por los pelos… y les aseguro que de haber tenido otro hubiera pasado a emérito a las segundas de cambio (exiliado lo será en breve). Pero como dice el propio Mendoza… “… El tiempo pasa con increíble celeridad, y si uno ha sabido enriquecer su entendimiento con lecturas sustanciosas, viajes instructivos y serenas reflexiones, al final recibe la recompensa del sabio, …” que, como todos ustedes saben, … “… consiste en comprobar que todo lo aprendido es inútil, toda experiencia es tardía y toda vida es de una vulgaridad sin paliativos” Por lo que, librillos a la mar. |