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Crítica de Guille63


Guille63
16 February 2024
“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” (Ludwig Wittgenstein)

Por fin leo a David Markson, uno de esos empeños que a veces me atacan sin una razón clara que lo justifique (leer literatura experimental, en mi caso, es un riesgo que a menudo termina en fracaso), es como una sensación imperiosa de leerlo, un fuerte presentimiento de un encuentro felicísimo (no se hagan ideas raras, no soy de los que ven en los aciertos presentidos ningún tipo de extraño signo: los errores en mis presagios abundan).

“Todo es indudablemente cierto, aunque como ya he dicho sucedió hace tiempo. Y aunque, como también he dicho, tal vez estuviera loca.”

Pero no es este el caso, lo que también es raro, porque es una novela (¿es una novela?) muy particular, tanto en su punto de partida —una mujer de una amplia cultura, posiblemente artista, con grandes conocimientos sobre historia, pintura, literatura y arte, ahora inconexos, incompletos y confusos, lo que nos hace pensar que sufre algún tipo de desequilibrio psicológico que parece ser fruto de un hecho dramático relacionado con su hijo, y quizás con su marido, acaecido en un pasado indeterminado, está sentada ante una máquina de escribir en lo que, si nos fiamos de lo que escribe, parece ser un mundo en el que ella es la única superviviente ("¿Qué hay que no esté en mi cabeza?")— como en su forma —un collage de párrafos cortos, a menudo de una o dos frases, en forma de escritura automática incontenible y continua en la que la protagonista encadena frases con una ligazón no siempre clara, con una intención incierta y de una veracidad dudosa, acerca de su vida presente y pasada sazonada con una multitud de anécdotas de artistas, recuerdos de músicas, libros, historia, cuadros, filosofía, lo que conforma un discurso caótico que sin embargo fluye con una facilidad pasmosa y te empuja a seguir y seguir a pesar de sentir la poderosa sospecha de que todo será igual ad infinitum—.

“Hay preguntas que parecen incontestables… Como, por ejemplo, si he llegado a la conclusión de que no hay nada en el cuadro salvo formas, ¿acaso también he de concluir que no hay nada en estas páginas salvo letras del alfabeto?”

Se Dice que el libro es una forma ingeniosa de explicar las ideas de Wittgenstein acerca del lenguaje y de las dificultades que existen en la comunicación, lo complicado que es expresar lo que se piensa y se siente, la constatación de que el lenguaje se vuelve insuficiente para según qué, quizás para el qué más importante, y, por tanto, es un libro sobre la soledad a la que esta incomunicación nos aboca.

“Mi obra se compone de dos partes: de la que aquí aparece, y de todo aquello que no he escrito. Y precisamente esta segunda parte es la más importante… le aconsejaría ahora leer el prólogo y el final, puesto que son ellos los que expresan con mayor inmediatez el sentido.” (Ludwig Wittgenstein)
Esto comentaba el filósofo acerca de su famoso libro «Tractatus logico-philosophicus», y de igual forma podría ser un comentario acerca del libro de Markson pues el texto es tanto lo que en él se dice, como lo que el texto, tomado como un todo, dice, es lo que dice por cómo lo dice, es lo que dice por todo lo que no dice, es lo que dice por el simple hecho de decir. Y del mismo modo, también bastaría (aunque no aconsejaría) con leer las veinte primeras páginas, el resto es casi una acumulación de pensamientos similares, y las veinte últimas, dónde se insinúa el por qué de todo lo contado y se da una posible explicación al hecho de contarlo (nada concluyente, de hecho).

“Los cuadros nunca son esencialmente lo que uno cree que son.”

Una de las muchas anécdotas que se recogen en la novela (o lo que sea que sea) es acerca de Leonardo Da Vinci, del que se cuenta que corrió a pie medio Milán para añadir una única pincelada a su lienzo de «La última cena» supuestamente ya terminado. Uno se puede llegar a imaginar cuántas veces pudo hacer esto mismo Markson con su libro (o lo contrario, quitar “pinceladas”) pues, como les comento, toda la novela es una sucesión de textos del tipo que a continuación les traigo aquí, por lo que la pregunta «¿por qué 200 páginas y no 50 o 400?» es algo que también quedará sin respuesta:

“El gato que Pintoricchio puso en el cuadro de Penélope tejiendo podía ser gris, tengo la impresión.
Una vez soñé con la fama.
Por lo general, incluso entonces, estaba sola.
Hoy, un poco más tarde, es probable que me masturbe”
“Hay cosas más fáciles de hacer que llenar ocho o nueve cajas de libros.

Llenar once cajas de libros no es una de ellas, de hecho.

Pero lo que este planteamiento parece resolver… es la cuestión de si los estantes de esta casa deben considerarse medio vacíos o medio llenos, cuestión por la cual una desde luego considera satisfactorio ser capaz de dejar de preocuparse.”

Por lo que nos sentimos como la protagonista cuando comenta que…

“… yendo por una carretera de la Mancha, cerca de un castillo que no dejaba de ver, pero al que parecía no acercarme nunca. Había una explicación para el hecho… el castillo estaba construido sobre una colina, y que la carretera dibujaba un círculo alrededor de la base de la colina sobre la que estaba construido el castillo… una podría haber conducido eternamente alrededor de ese castillo sin llegar nunca a él.“

Mi última pincelada es por si no les he mencionado que “no es este un libro para recomendar de forma general sino para recomendarlo solo a los amigos lectores de confianza, como usted”, no es este un libro para recomendar de forma general sino para recomendarlo solo a los amigos lectores de confianza, como usted.
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