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Crítica de Guille63


Guille63
06 March 2023
En cierta forma, “Berta Isla” no es a lo que me tenía acostumbrado el autor. Con un estilo más fluido, menos proustiano, por decirlo de alguna manera, Marías urde una trama con cierta intriga en la que incluso se permite dar un par de vueltas de tuerca sorprendentes. No obstante, las muchas cuestiones aquí planteadas son ya clásicas en la literatura del autor, y no falta ninguna de sus señas características, sus serpenteantes especulaciones, los extensos diálogos, las numerosas citas, las múltiples formas de profundizar en la misma idea, de matizarla, de abordarla, su ironía y hasta sus toques de humor y la mala leche que adorna sus diatribas sobre todo lo que le molesta de nuestros usos y costumbres actuales. También mantiene su gusto por las escenas perturbadoras en las que se recrea lenta y detalladamente, que son trituradas concienzudamente, con profundidad, incluso con saña hasta quedar reducidas a polvo, algo así como en ese verso de Eliot, uno entre los abundantes mantras, tan del gusto del autor, que aparecerán una y otra vez a lo largo de la novela: ‘El polvo suspendido en el aire señala el lugar en el que terminó una historia'.

Es esta una historia de espías y sobre la espera. El espía es Tomás Nevinson; la que espera, su mujer, Berta Isla. Pero también es una novela sobre la capacidad de dirigir nuestras vidas, sobre la huella dejada por nuestra existencia, sobre el azar.

“Qué estúpidos son los días, qué estúpido puede ser cualquier día, uno ignora cuál y se adentra festivamente en el que debería haber evitado, no hay forma de adivinar cuál será el de maldición y tajo y fuego, el de garganta del mar y el que lo quiebra todo.”

Mientras que la espera nos es contada por Berta en primera persona, todo lo referente a Tomás se narra utilizando la tercera, muy en consonancia con lo que juguetonamente nos dice Marías: al igual que los espías, el narrador omnisciente está y no está, no se le cuestiona, es necesario —al fin y al cambo alguien tiene que ser el que narre—, pero tampoco se le reconoce su papel en la mayoría de las ocasiones, incluso “determina el destino de todas sus criaturas”, pero su mejor papel es casi siempre ser invisible. A Tomás le corresponde, por tanto, que no sea su voz la que oigamos, que sean otros los que nos hagan llegar sus actos, no por nada le persigue la sensación de que le han escogido más de lo que él ha escogido. Tomás ha sido manejado, no ha tenido más opción que la de vivir otras vidas, y así, fingir amor, amistad y ganarse la confianza de los que serán engañados, de los que lo odiarán de por vida una vez cumplida la misión, de los que se tomarán venganza si está en sus manos.

“Cuántos secretos habrás arrancado a quienes llegaron a confiar en ti, cuántas muertes habrás causado, que los muertos no se esperaban y habrán afrontado con incredulidad. Qué oficio tan torcido el tuyo, por mucho bien que hagas con él.”

Un oficio tan torcido que ni siquiera será apreciado por los suyos, no solo él, siempre oculto, no solo sus acciones, necesariamente secretas, sino hasta el oficio en sí. El pueblo, “que a menudo es vil y cobarde e insensato” mirará para otro lado, se encogerá de hombros, alegará ignorancia, hasta renegará de aquellos a los que votó, a los que eligió sabiendo, por mucho que prefirieran no saber, si la situación se tuerce o acaba saliendo a la luz. Y al acabar, al final de su vida activa, sustituidos por otros más jóvenes, si no han sido ejecutados, si no han enloquecido por todo lo hecho o no evitado, verán su vida partida en dos, verán perdida “su identidad y hasta su memoria anterior”.

Siendo así, ¿por qué ser espía? ¿ansia de aventuras? ¿necesidad de ser alguien?...

“A todos nos influye el universo sin que nos sea posible intervenir en él, ni devolverle un arañazo. Pero al novecientos noventa y nueve por mil, además, lo zarandea, lo sacude, lo trata o lo mira pasar como un fardo, ni siquiera como un sujeto dotado de mínima voluntad, o de tenue capacidad decisoria… la mayoría se iguala con los que jamás importaron y es como si ninguno hubiera existido… una brizna de hierba, una mota de polvo, una vida sin origen y una guerra sin procedencia, una ceniza, una humareda, un insecto, a la vez algo y nada.”

… ¿la oportunidad de modificar la historia, aun de forma infinitesimal?

“El estado natural del mundo es el de guerra. A menudo abierta, y cuando no latente, o indirecta, o meramente aplazada. Hay grandes porciones de la humanidad que siempre tratan de dañar a otras, o de arrebatarles algo, y siempre reinan el rencor y el desacuerdo, y si no reinan se preparan y están al acecho. Cuando no hay guerra hay su amenaza, y lo que podéis hacer los dotados es mantenerla en esa fase, en la de la postergación, en la sola amenaza…Y eso es intervenir en el universo…”

Berta es el contrapunto de todo ello, Berta nos aporta en primera persona el relato de quién acepta la vida al lado de un desconocido, alguien que la deja fuera de la mitad de su vida, por mucho que esta sea impostada y temporal, alguien cada vez más distante de aquel al que decidió ligarse en su juventud y al que se mantiene leal de forma inquebrantable pese a las innumerables sospechas que su ignorancia acrecienta y envilece, y por lo que le guardará rencor hasta que muera.

“Uno descubre —la verdad, sin gran sorpresa — que hay lealtades inmerecidas e incondicionalidades inexplicables, personas con las que uno tuvo una determinación y un propósito juveniles o más bien primitivos, y que el primitivismo prevalece por encima de la madurez y la lógica, del odio de los engañados y el resentimiento.”

Esa mitad de la vida de su pareja que desconoce pero que intuye llena, para bien o para mal, es opuesta a la suya, aunque ambas sean como una vida entre paréntesis, que pasa y no pasa al mismo tiempo, incapaz de evolucionar porque toda ella es fingimiento o espera. al igual que Tomás, pero de otra forma, Berta ha dejado de decidir su vida, la ha dejado en manos de aquel que nunca sabe si acabará volviendo.

“No hay nada mejor que creer que se ha perdido la voluntad, que está uno a merced del oleaje y del vaivén, que puede mecerse y abandonarse; o sí, todavía es mejor creer que la voluntad se ha entregado a otro, a quien ahora corresponderá decidir qué va a pasar.”

Una de esas ausencias de Tomás se alarga más de lo normal, meses, años, hasta que es dado por desaparecido y, al fin, por muerto. Una situación perversa en la que no se tiene la seguridad de lo acontecido, que paraliza: “la pérdida sin clausura ni corroboración, la que más encadena y la peor”. La esperanza, “esa puta vestida de verde”, que decía Cortázar, siempre está ahí, alargando el sufrimiento, acostumbrándonos a la espera, tanto que uno termina por no querer salir de ella, por hacer de la espera el centro de su vida.

“Quien se acostumbra a vivir en la espera nunca consiente del todo su término, es como si le quitaran la mitad del aire.”

Aun no siendo lo mejor del autor, sigo prefiriendo “Tu rostro mañana” con la que esta comparte ambiente y algunos personajes, no dejo de recomendar encarecidamente su lectura.
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