Los senderos del mar. Un viaje a pie

Siempre se dice que la literatura es un viaje que nos transporta más allá de nuestras paredes, a veces a unas fronteras aún más estrechas que las nuestras y a veces a mundos que superan con creces las posibilidades de la imaginación.

En este caso, asistimos al viaje de María Belmonte por la costa vasca, un trayecto que no se nutrirá solamente de bellas descripciones, sino que irá salpicado de anécdotas de personajes históricos, de científicos y poetas.

Apenas soy conocedora de literatura de viajes, pero sí recuerdo que me fascinó hace años la lectura de Canta Irlanda de Javier Reverte y que fue muy placentero viajar al país sabiendo que hay una pequeña guía de la experiencia ajena escondida en el vasto terreno de la memoria.

Espero que algún día me ocurra lo mismo con el libro de María Belmonte, aunque sus rutas por escarpados acantilados, bosques y montañas se me antojan inviables por el momento.

María es una peregrina de su propia tierra y lo que hace aún más especial su viaje es que lo realiza a pie, haciéndonos fijar la vista en cada piedra, camino y orilla. En este libro se sacian el disfrute y la curiosidad, porque no nos faltarán los datos sobre la presencia del agua en nuestra vida, de las cicatrices que dejaron en la tierra y en el mar aquellos que hace siglos nos enseñaron que el mayor tesoro no reside en almacenar piedras en nuestros bolsillos, instantáneas de la inmensidad del océano ni botellas de arena de las playas más exóticas; sino en cuidar aquello que es algo más que el decorado de nuestra existencia.

Creemos que somos conscientes de nuestra relación con el paisaje por disfrutarlo en apenas unas horas los fines de semana o en alguna escapada que, con suerte, llena nuestras vacaciones de brillo y diferencia. Pero María se encargará de recordarnos en diferentes partes de su libro que caminar es experimentar, ver es aprender.

Puede que este viaje se nos haga algo lento a veces, que nos falte algo de ritmo acostumbrados a la explosión de la ficción. Pero mi conclusión sobre su lectura es que, indudablemente, es una consagración literaria al paisaje.

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