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«Gente muy fría» es de esas novelas que escuecen. Es incómoda, decadente, rotunda, devastadora. No deja respirar ni un instante. En esta novela vemos en primera persona, a modo quizá de diario o de reflexiones, las vivencias de infancia y adolescencia de una niña encerrada en un pueblo llamado Waitsfield. A través de sus ojos se nos va desentrañando la vida de la gente que está a su alrededor mientras va creciendo: la de sus padres, la de sus amigas, las de otros familiares. El título de «Gente muy fría» va que ni pintado, porque la autora juega constantemente con el recurso del frío helador que reina en el pueblo para transmitirnos incomodidad y desasosiego. Rodeadas de esta atmósfera, la autora nos habla de temas MUY duros. En esta novela vemos a niñas siendo constantemente violentadas y abusadas por un sistema represivo. Es un círculo vicioso que impregna a todos los miembros de la sociedad, que envenena familias. Esto puede verse sobre todo en la relación de la protagonista con su madre, que es sumamente disfuncional. Es una familia incomunicada, despegada y precaria. Y esta precariedad no se presenta únicamente como una dificultad a la hora de sobrevivir, sino también como una vergüenza. La palabra que resume a este libro es: peligro. Está en todas las esquinas, incluso en las que parecen inocentes y conocidas. Y lo que ocurre con este peligro, con esta violencia a la que los personajes se ven sometidos durante toda su vida, es que acaba por desensibilizarles por completo. «Sois gente muy fría», dice cierto personaje en un momento dado. La tajante pluma de Sarah Manguso contribuye a que sea una experiencia intensa. Soy consciente de que no es para todo el mundo, y que hay personas a las que le parece una novela demasiado fragmentada, pero a mí me ha encantado ese recurso. Una de mis mejores lecturas del año. |
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