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"Fiona se tapó las manos con las mangas. Era muy tentador pensar en los fuegos de sus veinte años como la gran lucha histórica de su vida, algo que ya pasó. Incluso su trabajo en la tienda, el cabildeo y la recaudación de fondos le habían parecido ser fruto de ello. La gente continuaba muriendo, sólo que más lentamente, con un poco más de dignidad. Bueno, al menos en Chicago. Ella consideraba que una de sus grandes fallas morales era que la actual crisis del sida en África, en el fondo, no le afectaba del mismo modo visceral. Eso no impedía que diera dinero a esas organizaciones benéficas, pero le molestaba no sentirlo dentro, no llorar al pensar en ello hasta quedarse dormida. Un millón de personas en el mundo había muerto de sida el año anterior y ella no había derramado una sola lágrima.Un millón de personas! Se había pasado mucho tiempo preguntándose si era racista o si se debía al ancho océano Atlántico que había de por medio. O tal vez porque en África no afectaba especialmente a la comunidad gay, no estaba matando solo a jóvenes hermosos que le recordaban a Nico y sus amigos. Por supuesto, todo altruismo es en parte egoísta. Y quizá ella solo tenía espacio en el corazón, en esta vida, para una gran causa, para ser alcanzada por un solo desastre".Si tenéis que leer algún libro sobre la crisis del sida en los años ochenta y principios de los noventa, que no sea este. Ale, ya lo he dicho. Porque al ser el lector el que pone toda la carga emocional, todos los recuerdos de esa época, me parece injusto darle crédito a la autora. Mi primer NO del año. Ya lo siento.
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