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Quien no ha vivido el exilio tiende, con razón, a reducirlo a lo terrible. El exilio es en sí grotesco. Pero, como ocurre con todo acontecimiento humano, cuando se desdobla la tragedia y se mira a través de los cristales caleidoscópicos de la experiencia, aparecen los matices, las ambivalencias, las bondades, las bellezas que, con manos fuertes, se niegan a entregarlo todo a la oscuridad del dolor. Aun en los prados monstruosos hay brotes de vida, de poesía. Marisa Madieri, desde la memoria, a través de ese vidrio que atenúa el pasado, el formato diario, mira a la niña que fue, la que, separada de su tierra, de sus padres, pasó una temporada con sus tíos en una tierra extraña y luego en un orfanato. La mira con el candor de la edad, como la madre en la que se convirtió, que cuida, pese al paso del tiempo, de su propia infancia. Con una pluma suave como una frazada cobija su pasado. “Verde agua” es un libro que se mueve con un ritmo suave, como un mar calmo o un vestido que ondea levantado por el viento. Un vaivén en el tiempo, que oscila, con cierta circularidad, entre la infancia y la madurez. Pienso en ese atuendo conmovedor, el que le da título al libro, color verde agua, que la madre de Marisa le regala en la adolescencia, tras vender sus bienes más preciados, y representa una forma de amor muy profunda: no es únicamente el deseo maternal de provocar alegría y sacar unas sonrisa en el ser amado, se trata de un deseo de protección, de la angustia materna de ver a su hija expuesta a las crueldades del exterior, de una sociedad enviciada por la polarización del poder y la riqueza. Deseo de proteger contra la humillación. Además, “Verde agua” recupera la complejidad histórica de territorios en ruptura, desintegración y recuperación: esos juegos territoriales de armar y desarmar, que ponen en entredicho la aparente solidez de los Estados nación y sus límites geopolíticos. Fiume, un Estado “desaparecido”. Por su estructura fragmentaria, en formato diario, es un libro que se disfruta a pedacitos, saboreándolo de a poco. No es para atragantarse. |
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