Poesía

Cada primavera leo a Machado desde que nos conocimos, hace como un par de décadas, en un aula de secundaria. Lo leo y permito que, a través de sus versos, regrese la luz azul de la infancia, giren las agujas de todos los relojes y se ajusten al horario en el que empiezan a florecer las ilusiones en El Espino.
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Antonio Machado (1875-1939) nace en el sevillano Palacio de las Dueñas, en el seno de una familia liberal que, durante su juventud, se traslada a Madrid, donde cursará sus estudios en la Institución Libre de Enseñanza, cuyo carácter laico y progresista le dejará una profunda huella. A los treinta años es ya un poeta conocido y pronto obtiene una cátedra de francés en el instituto de Soria, lugar en el que se enamorará de la jovencísima Leonor Izquierdo, con la que se unirá en un fugaz matrimonio, truncado por la muerte de la amada. Desolado, se trasladará a Baeza, tomando contacto con las duras condiciones del campesinado andaluz y, más tarde, a Segovia. Allí volverá a sentir el amor gracias a Pilar Valderrama, su Guiomar, mujer casada con la que iniciará una relación sentimental que romperá la Guerra Civil. Pilar, en Portugal, y Antonio, que se ha posicionado del lado de la República, en Colliure, lugar en el que, gravemente enfermo, será alcanzado por la muerte.
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Esta edición de Poesía (2020), de @almaeditorial, recoge una selección de sus poemas junto a las delicadas ilustraciones de @gabrielpacheco00. Destacan los versos correspondientes a su primera etapa, de Soledades (1903) y Soledades, galerías y otros poemas (1907), primero, con composiciones más puramente modernistas y, más tarde, dando paso a un tono intimista, en los que aborda los "universales del sentimiento" a través de imágenes tremendamente evocadoras, como el espejo o el camino. Si tuviera que escoger solo un poema, este sería "Las moscas", esos pequeños secundarios que nos acompañan a lo largo de nuestra existencia. En su segunda etapa ubicaríamos el conocidísimo Campos de Castilla (1912), en el que el paisaje refleja las emociones del poeta y aparece un nuevo tipo de poesía, crítica y filosófica. Mi preferido, sin duda, es "A José María Palacio", amigo y confidente, que se queda en la vivienda en la que el poeta fue feliz y a quien le pide, por carta, que acuda al cementerio esa primavera, ya que todo ha renacido, para comprobar si también la naturaleza ha obrado el milagro de revivir a Leonor. Quedan, asimismo, recogidos versos de Elogios, Otras Canciones, de un cancionero apócrifo y Cancionero apócrifo, con sus "Canciones a Guiomar".
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Y así, cada primavera, sola o rodeada de un montón de adolescentes, Antonio inunda mayo con sus poemas, y, con él, regresan los días azules y la luz de la infancia.
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