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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
11 February 2024
Desde que os hablé de Las torres de Trebisonda hace un par de años me sentía en deuda con Rose Macaulay, porque era un libro que a priori me tendría que haber gustado mucho y no solo no me encantó (me gustó, pero tuve muchos altibajos en la lectura) sino que, de no formar parte del proyecto Reseñas cruzadas, seguramente lo hubiese parado y retomado cuando me encontrase bien para leerlo. No lo comenté porque no me salía hacerlo, pero en aquel momento estaba atravesando una etapa de luto, lo estaba pasando muy mal y no tenía la cabeza para todo lo que me pedía la autora al adentrarme en sus páginas. En cualquier caso sabía que la culpa estaba en mi tejado y por eso, cuando salió Y todo eso a finales de ese mismo año, no dudé en hacerme con él y volver a intentarlo. Se lo debía a Rose Macaulay y me lo debía a mí misma también. Y hemos triunfado las dos, como Los Chichos :)

Quizás, antes de hablar de la trama y los personajes, convendría aclarar que Macaulay escribió y publicó esta novela en 1918 durante la Primera Guerra Mundial y que, una vez finalizada la contienda, se reeditó en 1919 cambiando una escena de apenas unos párrafos hacia el final del libro en la que estaban implicados un político y un periodista (no diré más) para evitar una denuncia por difamación. La versión que ha traducido y editado Minúscula es la de 1919, pero en una nota aparte se incluye la escena eliminada de 1918 para que el lector pueda leer ambas versiones.

Dicho todo esto, nos situamos. Esta historia se ambienta una vez finalizada la Primera Guerra Mundial (aunque la autora no nos quiere decir cuánto tiempo después) y nos presenta una Inglaterra que quiere evitar a toda costa que vuelva a estallar otra guerra. Los británicos, que ya sabemos todos que son muy agudos, han decidido que la culpa de todo la ha tenido el nivel de inteligencia (o la escasez de ella, más bien) del ciudadano promedio, y que urge aumentar esa inteligencia sea como sea por el bien mundial. Con ese fin han creado un Ministerio de Cerebros, que se encarga de incontables iniciativas para conseguir que los británicos de bien sean más inteligentes (aunque han dado por perdidos a los irlandeses y los escoceses, todo sea dicho, así que se centran en los ingleses). La ley principal es la Ley de de Orientación Mental, pero sus esfuerzos propagandísticos ahora están volcados en la Ley de Progreso Mental.

En la sinopsis se dice que esta es una novela de ciencia-ficción, y aunque sí que hay algún elemento (como los aerobuses) que puede justificar esa catalogación, yo creo que esta novela es claramente una ficción especulativa o, si hay que especificar más, una distopía (estoy segura de que a algunos de sus protagonistas les gustaría más que la llamase utopía, pero va a ser que no xD). Cuando Macaulay escribió y publicó el libro en 1918 la guerra no había llegado a su fin y no se sabía el resultado, y ella se guarda muy mucho de afrontar dicha posibilidad en la historia; eso se traduce en que en Y todo eso no hay vencedores ni vencidos, ni tratado de Versalles ni nada que pueda sugerir el desenlace de la contienda: hubo guerra y no quieren que se repita, sin más. A partir de ahí surge este mundo en el que el gobierno británico, que ya había asumido muchas funciones que coartaban la libertad de los ciudadanos durante la guerra, lleva ese control mucho más allá al atribuirse la potestad no solo de catalogar a la gente según su cociente intelectual y señalarla con el dedo (lerdos e inteligentes, sin más vuelta de hoja... y son palabras textuales de la novela), sino de decidir los tipos de matrimonios que pueden darse dentro de la ley según ese mismo cociente para (según ellos) tener hijos más inteligentes; no te niegan casarte y tener hijos fuera de los parámetros que establece esa ley, pero quien lo hace sabe que se enfrenta a numerosas sanciones económicas y a vivir prácticamente en la indigencia (o morirse de hambre, directamente): ten hijos con quien tú quieras, pero paga las consecuencias de ejercer tu libertad.

Esto así contado parece como muy serio, ¿no? Lo es, claro, pero Rose Macaulay decidió plantearlo tirando de un humor que oscila entre lo sarcástico y lo cínico en su mayor parte, pero incluyendo también pinceladas de un humor más sencillo y efectivo que simplemente busca la sonrisa y complicidad del lector (y conmigo lo ha conseguido, me he reído mucho en según qué pasajes). Algunas veces resulta muy evidente la vertiente cómica, como cuando se explaya en las estrategias de marketing del Ministerio de Cerebros y tira con bala a la tomadura de pelo que es la propaganda política, y otras veces hila mucho más fino, sobre todo cuando hace uso de las interacciones y diálogos entre los personajes para dar forma a una sociedad que realmente no pinta tan ajena ni improbable.

Y entre todo esto nos encontramos unos personajes que abarcan todo tipo de posicionamientos con respecto a esta situación, e incluso los hay que empiezan en un punto de esta sociedad y acaban el libro revolcándose en la libertad de hallarse en el punto opuesto. También tenemos a aquellos que, ocupando un lugar prominente en la sociedad de la época (como son los párrocos rurales) se atreven a llevar la contraria al gobierno aun sabiendo que se juegan el pan y hablan en voz alta en contra de la Comisión para el Matrimonio que te penaliza si te casas fuera de tu rango intelectual. Los hay que defienden la libertad de los estúpidos (repito: no uso la palabra porque sí, es una de las muchas que se usan en el libro en la misma línea), que para eso han derramado su sangre por el país y se merecen casarse con quien quieran y, por el contrario, los hay que dicen que la libertad como tal no existe, y que o nos controlan y restringen nuestro albedrío o acabaremos convertidos en unos salvajes.

La historia no tiene unos personajes principales o predominantes hasta bien avanzada la trama, porque de hecho comenzamos acompañando a Ivy Delmer, que trabaja como taquimecanógrafa en el Ministerio de Cerebros, y parece que va a ser ella la protagonista principal hasta que la historia comienza a divergir y empezamos a conocer personajes que a la larga serán mucho más importantes, como Kitty (inquieta y liberal trabajadora de la sección de Propaganda del Ministerio) y Nicholas Chester (todopoderoso ministro de Cerebros que, ¡oh, vergüenza! oculta al mundo que aunque él es sumamente inteligente, en su familia hay tontos y que, por tanto, su linaje no es tan puro como cabría exigirle a un ministro que promueve toda esta locura del control de la inteligencia por encima de la libertad individual). No me voy a extender en el apartado de personajes porque hay muchos, todos son mucho más complejos de lo que parece a primera vista y realmente hay que conocerlos para entender esa complejidad, pero la novela se podría dividir en una primera parte en la que se nos presenta este mundo en el que la inteligencia está por encima de la libertad, y una segunda donde los personajes y sus conflictos internos toman el mando y derivan la historia por derroteros inesperados cuando comenzamos la lectura.

Dicho todo esto, resulta evidente que estamos ante una sátira en la que se nos habla del control que los gobiernos ejercen sobre la población, la manipulación que ejercen sobre la prensa, la corrupción de los políticos y como se saltan a la torera todo aquello que imponen a la ciudadanía, la justificación de la manipulación de la libertad individual en aras de una mejora social que realmente nunca sobreviene y el uso de la ciencia y la manipulación genética para clasificar, etiquetar y mejorar al individuo, modelar a futuras generaciones y mejorar la herencia genética del país (os sonarán campanas alemanas con esto último, ¿verdad?... os recuerdo que el libro fue escrito en 1918. Toda una visionaria esta Macaulay). A todo esto, y hablando de campanas, también os sonará lo que estoy contando a Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y no es por casualidad. Macaulay y Huxley se conocían ya cuando Rose estaba escribiendo Y todo eso, y Huxley visitaba a la autora con frecuencia en aquella época. La influencia (por llamarlo de alguna manera y no de otra peor) de la obra de Macaulay sobre la de Huxley es muy evidente y precede en casi quince años a Un mundo feliz. Lo que son las cosas, la obra de Huxley es un clásico universal hoy en día, pero la novela que hoy os traigo, que es realmente la precursora de todo ese mundo distópico, ha estado en el olvido hasta hace bien poco. Injusticias del mundo literario.

Lo dejo aquí. Huelga decir que me ha gustado mucho, aunque no sé si es un libro que se pueda recomendar alegremente (seguramente no... conozco a una lectora que ha seguido el proceso contrario al mío: adoró Las torres de Trebisonda y este lo abandonó, así que dejo el dato por si le sirve a alguien como guía xD). Me he reído a ratos, otros me ha sacado la sonrisa, me ha parecido muy inteligente, muy agudo, muy avanzado para su época y muy transgresor en las ideas que plantea. Se anticipó a cosas que no estaban ni en pañales en la época en que fue escrito y autores archiconocidos hoy en día utilizaron sin lugar a dudas su mundo y su planteamiento para crear el suyo propio, y solo por eso ya se merece un reconocimiento que no tiene ahora mismo. Y por si fuera poco se acuerda de Jane Austen, Arnold Bennett y Fanny Burney a lo largo de las páginas. No sé qué más puedo añadir para venderos el libro xD.
Enlace: https://inquilinasnetherfiel..
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