La última casa en la montaña

La última novela de Xavier M. Sotelo está llena de contrastes, de dualidades, de historias paralelas que se complementan y alejan a lo largo de la narración. Historias llenas de ambigüedad en donde los personajes pueden presentar dos caras. Tanto a nivel físico, como se puede disfrutar de lo lindo su anterior novela y que tan ligada está a esta que nos ocupa, como en lo psicológico en la que el comportamiento de los personajes puede resultar impredecible. Toda esa dualidad se puede extender también a las sensaciones que experimentas como lector a lo largo de las tramas que nos presenta Xavier. Hay momentos en que lo adoras y otros en los que tienes una certera necesidad de desgarrarle la garganta.
Aquí nos presenta dos historias que corren paralelas y que se encuentran relacionadas entre sí por un suceso trágico que ensambla ambas tramas y que, además, sirve como nexo indiscutible con su anterior novela Lobos. No es necesario conocer de antemano esta última, aunque si te ayuda a condicionar tu cabeza para lo que prevés que pueda ocurrir en cualquier momento. Mientras avanzas en la narración sabes que te encuentras en parajes hostiles, que no deberías descuidar los avisos que te ofrecen y llegas a un punto en el que quieres gritarle a los personajes que por favor te hagan caso y no sigan por ese camino. Pero claro, eso solo te funciona en las novelas convencionales.
Aquí al autor le da igual lo que esperas como lector y es consciente de que lo que tienes entre manos no es precisamente una novela romántica. de ahí que desde el comienzo de la trama ves como no le tiembla el pulso en poner toda la carne en el asador y avisarte de lo que está a punto de empezar.
Y así entras de lleno en esta historia. O en las historias porque en realidad estas leyendo dos tramas que, aunque relacionadas, van cada uno por su lado. En una de ellas, ves como unos pequeños tienen que irse a vivir a la casa de una tía lejana con una estricta forma de vida mientras que en la otra te enfrentas a las investigaciones del jefe de la policía a una desgracia personal.
Desde mi punto de vista ese es el mayor problema de la novela. Ambas tramas podrían funcionar perfectamente de manera independiente y, al estar divididas, van restando fuerza una a la otra. En mi caso, todo lo concerniente a Esteban Rey me parece fascinante, mostrándote una cara aterradora de un país donde el terror real está fuertemente ligado con lo sobrenatural. Cada uno de los momentos con los que tiene que lidiar el jefe de policía y el destino al que va a ser incapaz de enfrentarse es desolador.
Sin embargo, la novela se llama La última casa en la montaña y toda la trama que debería ser principal aquí queda lastrada por esa otra. Ojo, eso no quiere decir que no te vayas a encontrar aquí con un terror incómodo, visceral, claustrofóbico y que, sin lugar a dudas es el centro de toda esta novela. La tía Carmen y los niños dominan la narración, te aterran, te harán sufrir con su forma de entender la vida y con su ambiguo raciocinio. El autor no escatima en mostrarte momentos que se te quedarán grabados en la cabeza y que en más de una ocasión te harán maldecirle. Siempre he considerado que para que una novela dé auténtico terror debe ser necesaria la sensación de que realmente te estas enfrentando a un peligro y aquí lo estas percibiendo en todo momento. Pero en mi caso toda esta parte, fundamental en la historia, no terminó de enamorarme. Aún así, es terrorífico lo que viven esos críos, pequeños inocentes incapaces de asimilar lo que ocurre a su alrededor.
Por lo demás, una trama adictiva como pocas (las doscientas cincuenta páginas cayeron en un mismo día) con momentos salvajes, apariciones, aullidos, sombras, miradas y silencios, crucifijos, tormentos, secretos, premoniciones, cadáveres, desmembramientos, lugares conocidos, muerte y toda una colección de horrores que hacen de esta novela todo un divertimento, de esos de los que te hacen sufrir.