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Crítica de Guille63


Guille63
08 September 2023
Cómo me ha encantado el relato sobre esta Amelie nordestina sin encanto alguno llamada Macabea. ¿Ninguno? Bueno, digamos que uno raro.

"Hay los que tienen. Y hay los que no tienen. Es muy simple: la muchacha no tenía."

Una historia melodramática-romántica-paródica acerca de una víctima de todos, un relato sobre alguien “tan insignificante como una idiota. Sólo que no lo era.”, a la que el narrador, tercer protagonista de la novela y que se siente obligado a escribir la historia, quiere satisfacer con “el derecho al grito” que la propia antiheroína se queda muy lejos de ejercer. Y este dejar constancia de una de esas personas que nunca dejan constancia, y de las que nunca nadie se preocupa por dejar constancia, está escrito con un particularísimo estilo que hace verdaderamente grande a la novela.

“… capté el espíritu de la lengua y así, a veces, la forma forja un contenido.”

Este narrador, que escribe porque no tiene otra cosa que hacer en el mundo y con la esperanza de que ello lo aleje de sí mismo, consigue que me deleite y emocione incluso con párrafos que no entiendo (aunque permanece en mí la pequeñita sospecha de que quizás sí, siempre prefiero la comprensión que proviene de la emoción y así poder decir con el narrador aquello de que “Lo definible ya me cansa. Prefiero la verdad que hay en el presagio.”). Un narrador que envidia el vacío que representa Macabea porque “El vacío tiene el valor de lo pleno y se asemeja a ello”, y que, sin embargo, se incomoda y hasta se enfurece por la falta de reacción de Macabea. Quizá le recuerda demasiado a sí mismo.

Y qué decir de Macabea, con ese nombre que parece una “enfermedad de la piel”, que solo a través de otros sabe de la desdicha de su propia vida, “tan tonta que a veces sonríe a los demás en la calle”, maltratada, ridiculizada, invisible, sin voz, sin grito, “que debería haberse quedado en el sertão de Alagoas con su vestido de algodón y sin nada de mecanografía”… un maravilloso personaje que “no sabe más que llover”, como un día le suelta a bocajarro, en uno de esos diálogos crueles, vacíos, tristes y esperpénticos que mantenía con su único amante, el que ni siquiera llegó a serlo: Olímpico de Jesús, otro nordestino, otro hijo del lumpen, pero con alma de trepa y diente de oro.

Que más decir, querida Clarice, que para ser alguien que desconfía tanto de las palabras, no puedo sino rendirme a tu portentosa sabiduría en mezclarlas y en conseguir un novelón de tan solo 88 páginas y sin “lagrimear tonterías”.
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