El polvo nunca se asienta

Bueno, a ver cómo hablo yo de ‘El polvo nunca se asienta' porque no es fácil. ¿Cómo hablar de un libro que abarca lo inabarcable? ¿Es posible condensar en una novela la historia de una y mil vidas? ¿La historia de una casa, pero también de un país? ¿De una familia y también de un pueblo? ¿Unir la vida y la muerte? ¿Es posible hacerlo y que además salga bien? Asombrosamente, si, es posible y, además, es una delicia de experiencia lectora.
 
Esta es la historia de una vuelta a casa, la de Anais, que emigró a Londres desde Lima años atrás, buscando dejar a atrás el peso de una infancia complicada, marcada por el silencio, muertes y una maldición. Pero también es la de Julia, quien murió cayendo por una ventana y acabó convirtiéndose en santa. Y la de las familias y antepasados de ambas, de los fantasmas que aún habitan la casa de los Echevarria. Una casa amarilla, que es, sin duda, uno de los protagonistas de la novela. Y por supuesto, es la historia de Perú.
 
Una novela que es mucho más que una saga familiar, que trasciende a la ficción histórica y también a la contemporánea. ¡Tiene hasta una ópera! Una novela con un realismo mágico brillante, original, inolvidable.  Llena de metáforas y simbología. Evocadora y sensorial en extremo.
 
La prosa es de otro mundo, no me ha podido gustar más: libre, evocadora, sensorial. He releído párrafos por puro placer. Originalmente escrita en inglés, la novela nos llega a través de una reescritura de Eric Levit Mora (disculpadme, pero es que decir traducción me sabe a poco y estoy segura de que si leéis esta edición estaréis de acuerdo conmigo).
 
 Contrariamente a lo que el ‘polvo' del título evoca, me he encontrado una novela viva, llena de colores, naturaleza y sueños. ¿Sabéis lo que es la sinestesia?
La condición de de oír colores, de ver sonidos o de apreciar texturas cuando saborea algo. Pues esta novela es absolutamente sinéstésica, mientras leía había momentos que no veía letras, solo colores, formas, animales, movimiento, delirio… hay páginas que te sumergen en un trance que, al terminar, quizá no puedas decir lo que has leído, pero lo has visto y lo has vivido. Parece LSD, pero es literatura.
 
Capaz de convertir el tiempo en un rio navegable, hacia delante y atrás. Lleno de peces en forma de personajes, unos que aparecen una y otra vez, y otros con los que te quedas con ganas de saber mucho más. Un río al que volver una y otra vez, porque sientes que cuando regreses a este libro, quizás haya cambiado y encuentres algo nuevo, o quizá tu seas otro y puedas leerlo con nuevos ojos.
 
Si me preguntas, para mí, este libro es una joya.