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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
05 August 2021
Ya sabéis mi pasión por los clásicos desconocidos y rescatados, así que no os extrañará mi interés por El caso del señor Crump, una de las publicaciones más recientes de la editorial Hermida que además me venía de perlas para mi reto de clásicos. Y es que esta novela de Ludwig Lewisohn fue rechazada en 1926 por todos los editores estadounidenses, que se negaron a publicarla y, por tanto, prohibieron su publicación en Estados Unidos durante muchos años. Lewisohn tuvo que irse a Francia para publicar por primera vez su libro, y posteriormente apareció en Alemania con un prefacio de Thomas Mann (ahí es nada). Hasta Freud dio su visto bueno a la novela (a la que tildó de obra maestra), lo que no deja de tener su aquel dada la complejidad psicológica del personaje femenino de la historia (lo que hubiese dado el bueno de Sigmund por tener a una mujer así en su diván). A Estados Unidos no llegó hasta dos décadas después, en 1947, y ni siquiera se atrevieron con la versión íntegra; los americanos leyeron la versión mutilada y retocada en aquellos pasajes considerados indecorosos y vergonzantes.

De todos modos, no sé si la alusión en la sinopsis de la editorial al escándalo de la Lolita de Nabokov puede despistar a algunos lectores que piensen que esta novela va por los mismos derroteros en cuanto a trama e historia y que sus protagonistas son una preadolescente y un hombre ya maduro. Tengo que dejar claro que no es el caso, que esta historia no tiene nada que ver argumentalmente con Lolita, y que la comparación alude simplemente (¡nada menos!) a la crítica frontal y sin paliativos a la sociedad y moral estadounidenses de la época.

Herbert y Anne son los dos protagonistas principales de El caso del señor Crump, y conocemos someramente la vida de ambos hasta que sus destinos quedan fatalmente entrelazados. Herbert Crump pertenece a una familia de músicos de origen alemán. Él también se dedica a la música, pero el enorme apego que siente por sus padres le impide echar a volar y cruzar el charco para formarse en Europa. Permanece en su país y eso hace que sus inicios como músico estén llenos de favores, clases particulares y pequeños pasos. En uno de estos impases se enamora de una joven cantante, que le rompe el corazón. En este momento frágil, perdido y de baja autoestima conoce a Anne Vilas, una mujer casada con tres hijos y veinte años mayor que él (aunque reconoce muchos menos) que le adula, le hace sentirse interesante e importante y pronto lo arrastra a una relación clandestina en la que el sexo prevalece sobre cualquier otra cuestión. Herbert sabe que no ama a Anne, pero ella está decidida a divorciarse y casarse con él a toda costa, y usa lo que sabe que más daño puede hacerle: el amor que siente por sus padres. le tiende una trampa emocional de la que Herbert no puede escapar si no quiere ser la ruina social de sus progenitores, y este es el comienzo del fin: un matrimonio infernal que el propio Herbert define en cierto momento como una verdadera prostitución en la que él está totalmente esclavizado y a merced de su esposa.

Y todo esto que os he dicho no es nada, absolutamente nada, comparado con las escenas y diálogos que contiene este libro. Cuando comienzas a leer, antes de que tenga lugar este matrimonio, y empiezas a encontrarte abortos voluntarios, hombres que salen de camas de niñas, alusiones a masturbaciones en mujeres adolescentes, adolescentes que se prostituyen, padres que intentan abusar de sus hijas, mujeres adictas al sexo, hijos bastardos, relaciones sin matrimonio de por medio... crees que estás leyendo el motivo para el rechazo que sufrió este libro en suelo americano apenas comenzada la década de los años 20. Pero no, nada que ver. O al menos tiene muy poco que ver. La razón principal explota en la cara cuando Anne empieza a asomar la patita y a dejarnos ver el tipo de persona que es, el tipo de existencia que planea para Herbert y como el cinismo de la sociedad le va a permitir salirse con la suya. Y no será porque el propio Herbert no nos pone sobre aviso al comienzo del libro, pero el lector no se espera lo que viene, el extenuante vía crucis emocional de su personaje enredado en una tela de araña tan densa que resulta imposible respirar a través de ella.

Quizás para entender lo que quería contar Lewisohn habría que irse al mismo final, porque supone un zarpazo en toda regla a la sociedad americana, su hipocresía moral, la ausencia de presunción de inocencia y unas leyes que tildaban de inmoralidad y destrucción del hogar estadounidense todo aquello que hiciera tambalear la pantomima de ideal de vida americano que habían convertido en su eslogan permanente. La verdad era lo de menos; la realidad era lo de menos; las personas eran lo de menos. Y tampoco creo que hayan cambiado demasiado las cosas: vemos todos los días como se pisotea en los medios de comunicación a cualquier personaje semipúblico que saque un pie fuera del tiesto, y como la audiencia ávida de miserias ajenas se lo pasa pipa con el escarnio... pero ese es otro tema.

Anne, honestamente pienso que eres la bruja de corazón más negro que existe en el mundo entero.

Tiene que transcurrir casi todo el libro para que Herbert le dedique estas palabras a su esposa, y aun así se quedan enormemente cortas después de haber leído cientos de páginas de tortura emocional por parte de esta mujer hacia un marido que peca de pusilánime y que paga durante toda su vida un error de juicio y la falta de carácter propia de la juventud. Resulta inevitable caminar durante toda la novela al lado de Herbert, un hombre humillado, sometido, ninguneado, extorsionado y oprimido por su mujer y por los hijos de esta durante años... y aunque entiendes las razones que le mantienen ahí (que empiezan siendo de tipo familiar y acaban siendo de tipo profesional para evitar escándalos cuando comienza a ser un músico reconocido), sufres como lector y desearías que se dejase de tanto remilgo y huyese como alma que lleva el diablo, ¡y al carajo con la estrecha y farisaica sociedad que protege al mismísimo demonio! Porque eso es Anne, una mujer pérfida carente de vergüenza, empatía y escrúpulos. Quiere a Herbert para ella sola, lo aparta de su familia, lo arruina económicamente, lo chantajea emocionalmente, lo degrada profesionalmente, lo humilla en reuniones sociales en cuanto no recibe su ración de sexo y tergiversa constantemente la verdad creando una leyenda en torno a ella y su relación con Herbert que nada tiene que ver con la realidad. ¿Y quién va a poner en duda a una mujer tan aparentemente devota de sus hijos y su marido?

Herbert busca una salida a esta prisión a través de su pasión, la música, y resulta curiosa la manera en la que el autor plantea este tema dentro de la novela. Asumiendo el relato como si fuese una biografía novelada de un personaje real, va introduciendo las obras que Herbert compone a lo largo de su vida, la situación personal en la que vive cuando surgen en su cabeza, si son un éxito, si no lo son, donde las presenta, por cuáles sigue siendo recordado... Además del Herbert Crump personaje crea al Herbert Crump compositor, y a veces tienes que recordarte que de nada te va a servir buscar tal o cual composición en internet, porque no la vas a encontrar.

Resulta complicado transmitir el tono de la novela sin desvelar demasiado, y creedme si os digo que lo que os he contado apenas roza la superficie del agujero negro que es este matrimonio desigual e infeliz en el que Herbert intenta abrir puertas, una detrás de otra, que Anne tiene cerradas con llaves lanzadas hace tiempo al mar. El caso del señor Crump es una muy buena novela (una propuesta políticamente incorrecta incluso en nuestros días, yo diría que incluso arriesgada por parte de la editorial en los tiempos que corren) que se devora por lo bien planteada que está la trama y por unos personajes complejos que no dejan indiferente al lector. El matrimonio, la familia, el instinto sexual, el arte, los misterios de la vida, la infidelidad, las malas decisiones, la ausencia de carácter, la crueldad, la degradación moral... son muchos los aspectos sobre los que reflexiona una narración que, aun sin ser en primera persona, se adentra constantemente en la cabeza de Herbert, lo que nos permite ser testigos de ese abanico mental por el que transcurre su existencia, una existencia que mastica su juventud y sus sueños y vomita una resignación gris y derrotada que choca frontalmente con el optimismo de color de rosa de la sociedad usamericana. No es de extrañar que no le perdonasen a Lewisohn que mostrase la otra cara de la moneda, esa que es oscura, depravada y feroz, y donde pasan cosas malas, vaya por Dios. ¿El final? Habrá a quien no le guste, pero yo lo he esperado durante toda la novela; no me imaginaba otro.
Enlace: https://inquilinasnetherfiel..
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