El hombre que lo vio todo

La memoria y la mirada sobre los otros y nosotros mismos siempre son temas que me atraen a la hora de elegir nuevas lecturas y que además están presentes en las novelas de Deborah Levy. Hace años que leí “Leche caliente”, un viaje iniciático de una madre inglesa y su hija en el sur de España, y con “El hombre que lo vio todo” vuelvo a sumergirme en la prosa poética de Levy con una historia que desdibuja los límites entre el pasado y el presente, la República Democrática Alemana y el Reino Unido del Brexit, el amor y el descuido, la realidad y la fantasía, la vida y la muerte. Y es que, en realidad, Saul Adler, el hombre del título, antihéroe e historiador británico, no ve nada con demasiada claridad.

Pasado y presente se entretejen en este relato elíptico, lleno de lagunas, que comienza cuando Saul es atropellado en Abbey Road en 1988, cuando tiene veintitrés años, justo antes de viajar a Berlín Oriental para continuar con su investigación sobre la contracultura del fascismo. Allí, se enamora de su traductor, Walter Müller, y también se acuesta con la hermana de Walter, Luna. Veintiocho años más tarde, y en un Reino Unido que acaba de votar a favor del Brexit, Saul vuelve a ser atropellado en Abbey Road por el mismo conductor. Esta vez, el accidente es más serio, y mientras se debate entre la vida y la muerte en una cama de hospital, su mente alucinada, divaga entre el pasado y el presente en un bucle sin salida.

Es en esta parte del relato cuando, de repente, #DeborahLevy me vuela la cabeza y los acontecimientos de 1988 adquieren entonces un sentido diferente, y entre recuerdos y obsesiones, explora brillantemente los paralelismos entre la historia personal y la política, y plantea preguntas sobre cómo uno se ve a sí mismo y qué ven los demás. Muy gratamente sorprendida con esta novela inteligente, enérgica, algo compleja de seguir en algunos momentos, pero realmente cautivadora.
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