La gran serpiente

Es de sobra sabido que la vejez nos deteriora la memoria, nos hace más lentos, de pronto surgen la rodilla mala y la buena, empiezan los achaques y las visitas regulares a los sanitarios, pero la vejez también nos da sabiduría, capacidad de reflexión, experiencias, y valor, porque en teoría ya solo queda la muerte, entonces da igual pasarse todas las luces rojas, dedicarte a ver crecer los perales o mantener un trabajo estable y seguro.

Este libro va de eso, una aparentemente buena trabajadora de avanzada edad que se dedica a ser matadora con un nivel de efectividad que muchos jóvenes quisieran tener, el único problema, que casi casi ni se deja entrever es que la vejez cruel le juega la típica pasada de la mala memoria y si en tu oficio tienes protocolos y burocracia y te olvidas, no pasa nada, a lo sumo un trámite de tres meses más, pero si eres matadora y matas de más, o dejas de matar a alguien, o no tiras el arma y te la quedas o envenenas al equivocado o dejas testigos, o te olvidas en donde pusiste el cadáver, te ganas problemas, de esos que hacen que llames a tu jefe, o tu jefe te llame... Y ¿si matas al jefe? O ¿si el jefe te manda a matar? ¿Está todo permitido dentro del negocio? Todo.

Que puedo decir, el libro es bueno con mayúsculas, la escritura es prolija, sencilla y contundente, pero quienes se llevan la palma son los personajes, vaya repertorio, vaya humanidad, Mathilde es memorable, me pase buena parte del libro cruzando los dedos para que no la atrapen y al mismo tiempo para que ese peligro de la sociedad pague por sus crímenes; aposté con Henry a favor de Mathilde y gané, aposté con Housseray a favor de su memoria y también gané. He disfrutado mucho con el libro, me he frustrado, he amado, me dolieron algunas muertes y célebre algunas otras, he hecho de detective, de matadora y de cadáver.
¿Mis pegas? El insufrible del vecino horticultor, pero sobretodo los pobres perros todos y cada uno, no era necesaria la inquina.