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Crítica de My


My
31 May 2023
No sé ni por dónde comenzar. Solaris es un viaje, un viaje de afuera hacia adentro. Nuestro héroe va lejos, hasta un planeta del que se ha escrito mucho, del que se ha teorizado, al que se estudia y se intenta entender, sin embargo…

Ese mar rojo, ¿qué ese ese mar rojo? Stanislaw Lem construye un planeta en su imaginación, y la construcción, y la descripción, es tan enorme, detallada y abrumadora que en algunos momentos sentí que realmente existe, que Solaris está allí, en algún punto de ese universo que rodea nuestra soledad.

Una novela sobrecogedora; una historia que me desgarró. Hace años deseaba leer este tótem y lo hice porque ya era hora y porque deseaba huir de una lectura anterior cuyas expectativas eran enormes pero que no logró calar en mí (ya la reseñaré cuando tenga ánimos de terminarla). Así que la abandoné y me embarqué en Solaris (otra obra que genera grandes expectativas). Y Solaris cumplió con creces donde la otra falló estrepitosamente.

El ambiente claustrofóbico, solitario, demencial, al que Kris Kelvin llega y en el que se desarrollan los acontecimientos, es como un guantazo en toda la cara. Fuera, ese mar y los fenómenos impresionantes que regala, esos colores que anuncian el día y la noche. Dentro, esos hombres rodeados de fantasmas y desconcierto que parece consumirlos. Rodeados de libros, rumiando teorías, pretendiendo a la verdad. Pero la verdad es algo que no se puede asir, que no se puede decodificar. La verdad es voluble, es escurridiza, la verdad es como ese maldito mar. La verdad es una voz cuyo idioma desconocemos.

Solaris es una obra terriblemente humana. ‘No sabes nada, Jon Snow', era la frase que me repetía mientras avanzaba por esas páginas inquietantes. No sabemos nada, humanidad. No sabemos nada. No saber es desesperante, no saber nada es descorazonador, y cuando reconocemos nuestra ignorancia, y la abrazamos, algo aprendemos.

Grandes hombres de ciencia enfrentados a una inmensidad que los empequeñece. Nosotros, los lectores, enfrentando grandes preguntas a través de un libro de ciencia ficción sin parangón; fantaseando con la posibilidad de que el tiempo, la providencia, o un planeta extrañísimo nos devuelva de alguna forma aquello tan preciado, tan amado que la vida nos arrebató. Y es en ese punto donde Lem me hizo polvo.

¿Soy un reloj que mide el transcurso del tiempo, ya descompuesto, ya reparado…?

Kelvin reflexiona sobre lo humano, sobre eso que está en nuestras cabezas y corazones y que constituye un universo en sí mismo. Kelvin lanza unas preguntas en la parte final que intentaré descifrar y responderme durante mucho tiempo, preguntas que inevitablemente he trasladado a mi historia personal.

Ríos de tinta se han vertido sobre esta novela. Muchas reseñas son brillantes, aportan información valiosa y ponen sobre la mesa aspectos destacados de la pluma de Lem: la carga filosófica, la originalidad y los múltiples tipos de lectura a los que se presta, son temas en los que vale la pena indagar.

Kris Kelvin es un personaje en el que pude reconocer partes de mí. Sentí su viaje como si fuera el mío y en este reconocimiento me sentí reconfortada. Abrazo con todas mis fuerzas sus palabras finales y me entrego por completo a la incertidumbre y a mis limitaciones humanas.

Abrazo ese océano que vive dentro de mí y que, tal vez, también existe en algún lugar perdido del universo.
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