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Crítica de Homolectus


Homolectus
10 July 2021
¡Solaris! Es tanto el nombre de un planeta que lleva años intrigando a los científicos como el nombre de esta novela. Lo cual, de entrada, es una muestra del viaje que propone Lem a la historia que nos ofrece y a un planeta lleno de misterios que podrá en entredicho todo lo que la especie humana dice conocer.

La historia comienza cuando Kris Kelvin llega a la Estación, un lugar destinado a la investigación de Solaris. El planeta es un inmenso océano que parece tener vida propia y que parece ser el causante de que el planeta no colapse al orbitar un sistema binario.

Este océano, no un líquido cualquiera, sino viscoso, extraño y hasta pesado —así lo sentí—, parece tener interacción con sus observadores y descifrar parte de su psique. Todo esto lleva a considerar el planeta como un ente vivo e inteligente, sin éxito alguno de entablar alguna comunicación con él.

La llegada de Kelvin a la Estación se ve opacada —o a lo mejor aderezada— por la intriga y el suspenso que provocan los últimos acontecimientos en ella. Pronto, él experimentará en carne y mente propia los efectos que Solaris provoca en sus visitantes. Cuando crees el pasado enterrado, Solaris hará de las suyas.

Si bien pareciera que sobre Solaris se sabe lo mismo e incluso más que sobre la vida en nuestro planeta, nada dista más de la realidad y casi que el lector y los personajes saben lo mismo sobre él. Solaris es un planeta que, pese a haber sido descubierto hace años y haberse gastado una cantidad considerable de dinero en su investigación, lo único que ha arrojado es una biblioteca llena de teorías e hipótesis, nada concluyente.

Acá se ponen a prueba siglos de conocimiento científico cosechados por los humanos y todo el vocabulario que la humanidad ha forjado para describir el universo observable. Acá los términos lo logran ser lo suficientemente precisos, ni logran explicar con lujo de detalles los fenómenos observados. Esto es algo real, esto pasa acá en la Tierra cuando un botánico tiene que valerse de mucha de la terminología usada para describir animales a la hora de describir plantas: las cosas no funcionan del todo, pero no hay más.

Lem combina de una forma muy entretenida la historia que plantea con sus personajes y el pasado de la “solaristica”. de pronto, nos encontramos leyendo el resumen de un tratado de los primeros años de investigación sobre el planeta y en otro momento retomando la historia en la Estación. Es un recurso literario que ayuda a alimentar la curiosidad del lector en la dosis justa cada tanto, no te aturde con demasiados datos al principio, ni te deja encontrarle sentido a todo a la primera; te deja ahí, te engancha.

Como biólogo, disfruté mucho de tanto contexto biológico del que se aprovecha el libro. Desde este punto de vista, el libro parece estar hecho para incomodar a los científicos y recordarles ese sentimiento de impotencia que se debe de sentir cada tanto ante un fenómeno en particular. Bajo esta óptica, el libro parece ser una excusa para contarnos un planeta, para que juntos imaginemos un lugar donde todo lo que creemos saber parece no funcionar y parece estar más lejos de la realidad de lo que nos podemos imaginar.

En el centro del libro está la cuestión sobre lo que nos hace humanos. Una cuestión que el autor presenta tanto desde el punto de vista del planeta entero, como en cada una de las manifestaciones de la psique de los personajes. Estas manifestaciones ¿Son humanas? Claramente no lo son. Son construcciones de Solaris. Ni siquiera su composición química es humana. Pero son cuerpos que sienten, que padecen, son inteligentes y aprenden. En el caso de Kelvin, no se trata de la verdadera Harey, pero sin duda alguna está viva.

El libro es casi un tratado sobre nuestra naturaleza, nuestro lugar en el cosmos y los límites del antropocentrismo con el cual, inevitablemente, hemos interpretado el universo. Lem propone una historia de ciencia ficción para hablarnos de lo grande que es nuestra ignorancia, de lo miopes que son nuestros ojos ante un universo casi infinito, lleno de descubrimientos extraordinarios que nos aguardan en algún lugar esperando a que reconozcamos en ellos algún otro deje de humanidad.

Mucho se habla de libros con comienzos maravillosos, pero quiero cerrar esta entrada caótica, como mis pensamientos y actos por estos días, hablando de las palabras de cierre de Solaris. Es, sencillamente un final para recordar, para meditar, para digerir letra a letra, para volver a él cada tanto. Lo recordaré por siempre. Siempre y cuando el siempre dure lo que dura un suspiro.

Sin duda, volveré a Solaris, sea con Kelvin o no. Acá hay mucho por descubrir, acá hay muchas maneras de descubrirse uno mismo, así sea en la distancia de un mundo incomprendido.
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