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Crítica de MarioG17


MarioG17
12 February 2020
¿Por qué, si hay ángeles, no hay ninguno que tenga la obligación de impedir aquí en la tierra cosas que sólo deberían suceder en el más profundo de los infiernos?”, se pregunta la protagonista de esta obra.
Christine Lavant (1915-1973) ganó con esta obra el Premio Estatal de Literatura en Austria en 1970. Ella ingresó voluntariamente un mes y medio en un centro psiquiátrico, y escribió estas notas que no dejó que se publicaran hasta su muerte, porque las consideraba muy personales.
A lo largo de estas páginas, por tanto, vamos entrando de lleno en la experiencia psiquiátrica de la autora, donde nos habla de los médicos autoritarios, de los intentos de suicidio y del insomnio. Habla también de las mujeres de su alrededor, algunas a las que cae bien y otras no tanto.
Narrado en primera persona, el libro nos muestra un aparente retrato veraz de los centros psiquiátricos de la época, como en el que estuvo Lavant, donde parece haber jerarquías en las que las internas más antiguas son las que quieren mandar. También hay clases dentro del propio centro psiquiátrico, puesto que las internas de pago tienen derecho, por ejemplo, a comer con cuchillo y tenedor, mientras que las otras no, como si por pagar se redujera el riesgo de autolesión con ambos utensilios.
No hay diálogos en toda la obra, excepto alguno que hay intercalado en la narración. Y entre los personajes que Lavant observa hay una mujer de veinte años a la que alimentan con un tubo por la nariz y que “gimotea mucho”. O la ‘Condesa de Marfil', una mujer a la que apoda así y que debió de existir en la realidad. Pensar en ello hace que nos preguntemos cuál sería su oficio antes de ser internada, cómo habría sido su infancia, cómo su vida, cuáles sus sentimientos. Y hay otra mujer a la que llama la ‘Mujer del Comandante'.
Las visitas van con alegría y se van desesperadas. Aquel es un lugar lleno de odio y miseria. Allí, Lavant solo quiere escribir poesía, así es como ella alcanza la felicidad o, al menos, se aleja de la tristeza y de los doctores y sus malogradas recomendaciones. Uno de ellos, por ejemplo, asegura que la histeria femenina se va con un trabajo formal, lo que ahora sería el manido ‘¿estás triste? No estés triste'.
Este libro también es un canto a la libertad. Lavant solo quiere volver a casa, escribir poesía, no servir a nadie y no hacer trabajos forzosos. Un doctor la anima, por ejemplo, a que “se eche novio”, pero ella no quiere. Es otra clara muestra de, pese a la época y las circunstancias, esta autora ya mostró los inicios de lo que hoy ya se conoce como el empoderamiento femenino y su libertad de decisión y acción.
Lo único que tiene, dice Lavant, es el sencillo olor de sus brazos limpios cuando se abraza a sí misma, y debería estar agradecida por ello. “Aquí todo es incierto”, asegura, como el futuro. Son numerosas las ocasiones en las que la narradora resuelve y desarrolla con lucidez diálogos con otras internas, unos diálogos delirantes propios de sus circunstancias.
Pese a esto, echo en falta una mejor construcción del personaje protagonista, puesto que los demás son difusos y muy secundarios. “Rilke me ha cambiado la vida”, dice la narradora. Quien me conozca muy bien sabrá que Rilke es mi poeta extranjero favorito, por sus poemas, por sus sentimientos y por la vida que hay detrás de ellos. Por esto, salvo este libro de Lavant que, siendo sinceros, es bastante regular.
Recuerda inevitablemente a "La otra verdad", de Alda Merini, y a "Todos los perros son azules", de Rodrigo de Souza Leão. Sin embargo, la visión de este libro de Lavant, más cercana a la de Merini en su libro, escasea en elementos de interés y resultan tediosas las notas que toma a veces. Aun así, un libro interesante para aquellos lectores que vean en la psiquiatría y en su expresión literaria un motivo de lectura.
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