Lydie

Una buena novela gráfica necesita de una trama chocante, un buen dibujo con colores cromáticamente afines y un guion que enganche al lector, pudiendo empatizar con los personajes a medida que la historia avanza. En este caso, nos introducimos en la Francia de los años 20 para conocer la historia de Camille, una de los habitantes del callejón del bebé con bigote. Tras un parto sumamente dificultoso, Camille pierde a su hija, acontecimiento el cual le supone un shock emocional en excesivo estresante cuyo trauma quedará impregnado en su percepción hasta el fin de sus días. La trama queda lo suficientemente abierta al lector como para darle un carácter electivo que determine la verdadera naturaleza de las ilusiones contadas, pudiendo elegir entre lo patológico o lo esotérico. No es difícil adquirir un grado de simpatía por los personajes, pero todo lo bonito finaliza tras estas palabras. Desde un punto de vista subjetivo y totalmente personal, la narración debe influir un interés clave desembocado por el argumento principal de la obra, que, dado este caso, decrece conforme avanza la línea temporal, al no percibir más intriga que los acontecimientos rutinarios tras el conflicto esencial, dando una sensación de no resolución y avidez lectora que desgraciadamente queda insatisfecha. Pese a esto, no resulta una lectura inútil y puede encandilar sin problema debido a sus dulces detalles positivos anteriormente mencionados.