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Crítica de Dyalia


Dyalia
24 May 2023
Cotidiano sería la palabra que usaría para describir esta historia y a su protagonista. Todos los sucesos transcurren en una monotonía que se funde con el zumbido de las abejas de fondo, con párrafos larguísimos describiendo un día detrás de otro, suaves, tranquilos, con algunos misiles surcando los cielos y retumbando en las ventanas, con la nieve cayendo en una noche tormentosa y las velas consumiéndose en una noche oscura, sin electricidad, con los dos últimos habitantes que se mantienen en uno de los municipios de la zona gris de Ucrania en el 2014.

Es ficción, en cierta manera todo lo que le sucede al protagonista y al resto de personajes que se cruzan en su camino es mera ficción, pero no el miedo que late en los corazones de los que temen que su hogar se convierta en cenizas por una guerra que inició y sigue transcurriendo de manera injusta.

El invierno se convierte en primavera y la primavera lleva consigo el sabor del verano, de las abejas zumbando para salir a cazar su néctar y cumplir con su trabajo como cada año. Sin importar que una guerra murmure tras sus panales, tienen una función. Y Sergueich sabe que tiene que sacarlas de ahí, de esa zona gris donde las flores son grises y el mundo exterior puede asustar y desorientar a sus abejas. Solo ellas le importan, pero el camino que le lleva a unir su vida con la de otros, de manera temporal, le recuerda que su hogar, el segundo último habitante de su municipio e incluso el soldado que decidió mostrarse en su puerta, quizás también tienen el poso de calma que a veces necesita su vida.

Habla de las injusticias que trae la guerra a los inocentes, a los sinsentidos que rodean a los que protegen una patria que nunca debería haber sido invadida en primer lugar, a cómo para algunos es más sencillo aceptar lo que han escuchado decenas de veces en la televisión y de parte de sus vecinos que aceptar pensar por sí mismos y asustarse por el horror que tiene la realidad, habla de malentendidos que surgen cuando se creen palabras que son mentira, de la xenofobia, de la policía corrupta, de las trabas que se ponen a los que no piensan como ellos, a los que son distintos. Habla del quedo dolor que comprime el corazón con el aullido de las injusticias. Y, en medio de todo ello, sobrevive día tras otro nuestro protagonista, con sus abejas, con el recuerdo de su hogar, roto y hecho pedazos, pero su hogar.

Es tan monótono que a veces puede caer un poco en el aburrimiento, de ahí el tres y medio, pero el desenlace, con el arrullo de los sentimientos y un mayor hincapié en lo que piensa el protagonista de las circunstancias y obstáculos de su camino, me ha hecho redondearlo a las cuatro estrellas por aquí.

Eso sí, un fallo bastante grande ha sido la traducción. No por tener faltas ortográficas o gramaticales, en eso todo está correcto y me parece que no tiene ni una sola errata, sino porque el autor es ucraniano y es imposible traducir sin poner contexto de muchas más cosas que el traductor ha obviado. Esto no es una traducción del inglés de Estados Unidos o de Inglaterra, donde tenemos su cultura hasta en la sopa y entendemos cualquier detalle que se diferencie de nuestra cultura porque lo hemos visto millones de veces. Ucrania es distinta como creo que podría pasar con un libro de un autor francés, alemán o coreano porque, aunque con algunas de las culturas tengamos un margen mayor que con otras, si el libro en concreto habla de la Cultura de ese país en concreto, es bastante probable que cojeemos de ambos pies al leer el libro y no comprender algunas costumbres o términos. Aquí han faltado muchísimas notas al pie de página.
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