Los pescadores

Adolfine se arrojó de la silla. Su cabeza golpeó el suelo y se puso a chillar como una persona a punto de morir. Mariane y Malenes se apresuraron a tomarla en brazos y ponerla en pie. Tenía el rostro manchado de sangre y los ojos, abiertos y desorbitados.

El invierno fue largo y cruel. El hielo se incrustó en la profundidad de la tierra y se negaba a soltar su presa, y el fiordo estuvo helado hasta el mes de marzo. El hielo se retorcí ay formaba montículos en la orilla y el sol no tenía ningún vigor.

Pero Tea podía demostrar por propia experiencia que la paz solo se encontraba en el regazo de Jesús. De joven había sufrido innumerables tentaciones. Adondequiera que fuese los mozos le pisaban los talones, y Tea superaba la situación
a duras penas y solo gracias a la ayuda de la providencia