El chico que dibujaba constelaciones

Lo bonito que es adentrarse en un libro con una idea predefinida, para encontrar una historia completamente distinta: sin expectativas, sin idea de los personajes, sin pinceladas de lo que hay en su interior. Solo los sentimientos que han despertado en el resto de lectores y un pinchazo que teme por que sea el libro adecuado del momento adecuado. Lo ha sido.

La vida de dos personas que se conocen en su adolescencia, de una manera peculiar para la época, y cuyas vidas van avanzando. Despacio, lentamente como la propia vida, deslizándose como la miel espesa a través de un cubierto. Regalando momentos de paz, momentos de risa, momentos de peleas y de calma, de palabras no comunicadas y de dudas silenciadas. Momentos en los que la vida es cotidiana y se rompe en ocasiones, arañando con sus esquirlas, rozando con sus yemas.

Cotidiana. Ligera. Dulce. Amarga. Todas esas palabras y emociones en primer plano chillando por llamar la atención, pero dentro de un arroyo sin corriente. No estoy segura de lo que estoy diciendo, es simplemente que se trata de una novela cuya historia va avanzando con suavidad por la vida de sus protagonistas, rodeando aspectos relevantes y otros no tanto. Es sencilla, sin mucho drama, pero con mucha ilusión.