El profesor

Adrián es un profesor ya retirado que pasa sus días solo en casa, esperando básicamente, que la enfermedad que padece se lo lleve poco a poco. Un día sale a la calle y es testigo de algo extraño: una furgoneta conducida por una mujer y un hombre pasa al lado de una joven y tras pararse por unos segundos, retoma la carretera a toda velocidad, y sin rastro de la chica. Adrián no sabe qué hacer ya que, debido a su deterioro cognitivo, no confía demasiado en lo que ha visto. ¿Ha presenciado un secuestro?

Este es un thriller psicológico muy bueno. Una trama trepidante, tensa, complicada, que envuelve a un protagonista que roza la locura, una agente de la policía que desconfía del testigo, dos criminales mayúsculos, un obseso sexual y una joven de dieciséis años que se da la fuga. Nos encontramos ante un caso que se protege en la oscura sombra de Internet, una muestra de la perversidad del ser humano en mayúsculas; ninguna pista nos lleva hasta Jennifer, nadie sabe nada, sin hilo de donde tirar en el océano enorme de la cara oculta de la pantalla de un ordenador.

Me ha encantado, aunque trata de un tema bastante escabroso y desagradable. Iba por la mitad y ya deseaba terminar el libro porque te envuelve un ambiente de mal rollo, sinceramente. Lo que pasa es que la historia está muy bien contada, no hay descripciones explícitas, lo cual se agradece, aunque bien sabemos que darle carta blanca a la imaginación es mucho peor en ocasiones. Tiene un desenlace de vértigo y un final apoteósico.

No quiero desvelar mucho más, vale la pena ir a ciegas pero sí es cierto que no es un libro para almas muy sensibles. Es una de estas historias que magnifican lo podridas que están algunas personas en el mundo, dejándote con el peor de los pensamientos: el hecho de que una de estas personas podría ser cualquiera de nuestro alrededor.

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