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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
28 November 2017
Lo que hubiera dado por estar sentada aquella tarde en el restaurante asador del Quadrant al lado de la señorita Wangle, la señora Mosscrop-Smythe y el señor Bolton. Esa tarde marcaría el destino (sin ser ella consciente) de Patricia Brent, nuestra protagonista. Se alinearían todos los planetas para que la ley de la atracción que había invocado el día anterior anulara su voluntad y su libertad y, así, todos sus deseos y pensamientos pasaran a un plano real; y, como todos sabemos, la realidad siempre supera a la ficción...

Para que la situación anterior se produzca tienen que suceder ciertos desajustes, y así, posteriormente, todas las piezas podrán encajar a la perfección. En el caso de esta historia todo ello acontece a través de una novela de enredos y del retrato de una sociedad, de sus gentes y de sus clases. Se desarrolla en un escenario costumbrista donde el fino humor británico es el hilo conductor de toda la obra; así pues, somos testigos de cómo todas las situaciones y malentendidos que se suceden a causa de las mentiras de Patricia al final parecen verdades, y se interpretan siempre con ese toque english irónico y elegante del que disfrutamos todos los lectores apasionados de ese tipo de humor.

Patricia Brent es una joven culta que trabaja de secretaria para una político en alza. Ella aspira a más pero, en una sociedad cerrada y estamentaria como era la inglesa a principios del siglo XX, para una joven de veinticuatro años esto resulta sumamente complicado, pues a su edad y en esa época ya debería estar casada o recogida de alguna manera. Sin embargo, Patricia no está sola en el mundo. Cuenta con una madrina muy british que, sin saberlo ni pretenderlo, es su mentora y guía: la señorita Wangle, sobrina de un obispo y autoridad moral y social de la pensión Galvin, universo en el que además de Patricia viven otros personajes. La señorita Wangle despliega toda su magia en Patricia a través de los cotilleos y chismorreos de los que forman parte toda la familia de la pensión Galvin. Estos chismorreos son los instrumentos que remueven y activan la vida de nuestra protagonista... en fin, cada hada madrina tiene sus herramientas, aunque no sea consciente de ellas.

La señorita Wangle es mi personaje favorito de esta historia. Representa a esa clase social inglesa que en tantos libros hemos visto reflejada, y en cada uno de sus diálogos nos la retrata y muestra. Siempre con "buena intención", todos sus chismorreos están pincelados de una moralidad e integridad que transmite y envuelve Galvin House. Los habitantes de esta pensión son unos personajes de lo más respetables (y, una vez que los conoces, entrañables), y nuestra mentora procura (como antes lo hizo su tío el obispo) que no se descarrile ninguno de ellos. Entre esos personajes está incluida nuestra protagonista, Patricia Brent.

La historia de Patricia Brent y Peter Bowen es como todas esas historias románticas de chica conoce a chico; en este caso el chico tiene más posibles que la chica y, en definitiva, ella es una cenicienta muy british que ve cómo su vida queda expuesta ante los habitantes de la pensión Galvin. Ellos no desaprovechan la oportunidad de participar de ella porque, de este modo, además de ayudar a Patricia, salen de su rutina y acarician un poco los brillos de una clase social que les está vedada.

Jenkins escribió esta obra con una narración dinámica, ágil y refrescante donde, incluso en los peores momentos, las pinceladas de humor sacan una sonrisa al lector. Así pues esta obra sin duda cumple su función: por un lado es puro entretenimiento, y por el otro en su momento actuó como bálsamo para olvidar o sobrellevar la guerra mundial en la que la sociedad se encontraba inmersa. Puesto que el autor pasa un poco puntillas sobre este tema, vemos cómo los personajes de la obra, a través de todos los enredos, responden y viven de espaldas a esa realidad sintiéndose protegidos y a salvo en Galvin House. Además, la historia de Patricia Brent, con sus tiras y aflojas y todas las situaciones que le suceden, resulta para algunos de ellos lo único positivo y agradable en sus vidas.

En definitiva, gracias a su calidad superior, siempre que tenemos en nuestras manos un libro de dÉpoca sabemos que no nos va a dejar indiferente. Estamos ante una edición de lujo muy cuidada, con una traducción impecable y donde las ilustraciones originales de Iván Cuervo son un valor añadido a lo que se nos cuenta en cada página. Por ello, además de tener un gran libro tenemos una gran joya.
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