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Crítica de lecturas


lecturas
31 August 2021
Es una interesante biografía, triste por el destino trágico de Gerda, pero inspirador por su retrato, donde vemos a una mujer excepcional, un ser único. La primera fotoperiodista y creadora del famoso alias Robert Capa.
Helena Janeczek apoya la narración en tres amigos de juventud de la fotógrafa conocidos en sus años alemanes. Es en ellos, en la lucha antinazi de Leipzig y, Berlín, donde Gerta adquirirá su militante compromiso. Las dos relaciones fundamentales para Gerda Taro fueron la fotografía y un joven y pobre emigrante húngaro André Friedmann. La visión comercial de Gerda advirtió que André no tendría mucho gancho en un París lleno de emigrantes judíos. Así nació Robert Capa, un rico, famoso e imaginario fotógrafo estadounidense, que trabajaba por afición.
Gerda, famosa entre los escritores e intelectuales de la España republicana como Rafael Alberti, conocida como pequeña rubia, contaba con las simpatías de milicianos y periodistas extranjeros.
Del trabajo de Gerda en solitario, que tras su muerte se adjudico en su mayoría erróneamente a un destrozado Friedmann, fue testigo del inicial triunfo republicano, sin embargo poco después las tropas franquistas inician el contraataque, ella fue testigo de los bombardeos de la aviación del bando sublevado, y de la derrota en cuya desordenada retirada perdería la vida arrollada por un tanque.
Decenas de miles de personas, emigrantes anónimos y amigos, junto a personas de la cultura como Cartier-Bresson, Louis Aragón o Giacometti, que talló su monumento fúnebre, acudieron al cortejo fúnebre que recorrió las calles de París, coincidiendo con su 27 cumpleaños.

A través de las páginas de la chica de la Leica nos vamos enterando del impacto que Gerta Porhorylle, transformada en Gerda Taro, ejerce en su entorno, incluso décadas después de su fallecimiento, y en diversos lugares. Su recuerdo permanece a través de los testimonios de las tres partes de esta novela, dedicadas a tres personas claves que giraron en torno a Gerda.
En la primera parte, que transcurre en 1960 en Nueva York, nos muestra a Willy Chardack refugiado. Este personaje encarna la visión doble del exilio. Sus agudas observaciones respecto al capitalismo son imágenes del mundo que se avecina. Esta primera parte nos revela innumerables observaciones en el dilema que vive Willy, recordando el pasado y acomodándose a la sociedad norteamericana, con especial agudeza a la hora de describir las costumbres de la comunidad judía de Nueva York. Se trata de un hombre de ciencia y alejado de prácticas religiosas.
La segunda parte nos retorna a 1938 en Europa, a través de Ruth Cerf. En esta parte destaca la amistad entre Ruth y Gerda, en un decorado donde se dan cita artistas de la talla de Cartier-Bresson, Louis Aragon, Rafael Alberti, Ernest Hemingway, y es el momento en el que se consolidad las identidades de los emblemáticos fotógrafos. Así, André Friedmann se transforma en Robert Capa, Gerta Pohorylle en Gerda Taro. El contexto es el nacimiento del nazismo en Europa; las reflexiones en torno a las masacres y la ideología que comienza a teñir el continente, se tornan cada vez más desoladoras. Aún no tenemos registros fotográficos de los campos de exterminio, pero sí de sangrientas escenas de la guerra civil española.
La tercera parte nos presenta al doctor y combatiente Georg Kuritzkes. En 1960 en Roma, y el fantasma de Gerda sigue presente. Hasta Pablo Neruda sale a colación en esta parte, con la referencia al Winnipeg, el barco de la Esperanza.
En conclusión, La chica de la Leica es una delicada y peculiar reconstrucción de la figura de Gerda Taro, primera fotoperiodista
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