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"El niño ha muerto. Y no hay más que contar", aunque para comprenderlo tenemos que remontarnos en el tiempo, conocer quién es Rastreador, nuestro protagonista, y especialmente, de qué niño nos está hablando. Marlon James juega con una narración a modo de engranaje, configurada por una historia dentro de otra historia que a su vez está dentro de otra historia que, no os lo vais a creer, ¡está dentro de otra historia! En un estilo de narración muy personal, laberíntico, en el que lo que cuesta no es encontrar la salida sino entrar, eso sí, una vez dentro es difícil escapar de esta aventura, simple pero cargada de enigmas que acaba envolviendo al lector. La premisa, por tanto, es sencilla: Rastreador, dotado de un olfato increíble que le permite trabajar encontrando a personas a través de su olor, recibe el encargo de encontrar a un niño. Esta novela es su historia, su versión, narrada con un tono crítico, duro y excesivamente gráfico que la convierten en una lectura no apta para todos los públicos y sorprendentemente diferente de cualquier cosa que hayamos leído. Al principio que un narrador en primera persona retroceda en el tiempo para contarnos su versión de los hechos me recordó a El nombre del viento, en el sentido de que lo que estamos leyendo es llanamente eso, una versión más, el lector tiene que jugar con los elementos que la rodean para intentar discernir la verdad, si es que la hay. Conforme me adentré en la novela, esta comparación se fue alejando, ya que no tiene que ver con nada que haya leído hasta la fecha. La combinación de un lenguaje soez y poético, con la concatenación de historias y el recurso a la mitología africana, la convierten en un cóctel único, que no es ajeno a nadie, y que posiblemente hagan que esta obra te guste o no lo haga, sin medias tintas. |
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