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Crítica de Ferrer


Ferrer
10 June 2019
En julio de 1978 moría a los cincuenta y un años quien fuera, entre 1955 y 1970, el dramaturgo más representado del teatro español, Alfonso Paso. A su obra el profesor alicantino José Payá Beltrán le ha dedicado la monografía Alfonso Paso, autor, editada por la Universidad de Alicante con un esclarecedor prólogo de Ríos Carratalá. Reconoce José Payá que su libro, resumen de su tesis doctoral, “solo pretende repasar del modo más ameno posible la vida y la obra de uno de nuestros autores más representativos que fue, a veces para nuestra vergüenza, el más fiel retratista de una época: la de la dictadura franquista”. Payá logra esa pretendida amenidad y radiografía a un autor, que fue el espejo de la sociedad de posguerra durante varios lustros.
El profesor alicantino contextualiza los primeros años como dramaturgo de Alfonso Paso e intenta dilucidar, sin lograrlo, cuál es la primera obra estrenada por el comediógrafo madrileño. Son los años de Arte Nuevo. Recoge Payá esta cita de José Monleón: “Yo quería referirme a su primera etapa, a aquella en que, pudiendo ser otro autor y estando lleno de talento, vino a caer en la expresión teatral de ese público que él despreciaba, pero al que tenía que servir.”
Siguiendo a Farris Anderson, Payá asegura que “nunca nos hemos propuesto mostrar la calidad de Alfonso Paso, sino más bien la importancia social y económica que su teatro tuvo para la escena española”, ya que “sin la fecundidad y el éxito de Paso, muchos otros autores no hubieran estrenado nunca sus piezas, puesto que no habrían existido ni espacios para ello, ni compañías teatrales, ni empresarios dispuestos a invertir su dinero en unos títulos cuya viabilidad económica era dudosa.”. Esta es la aportación fundamental del libro, además de fijar la prolífica obra dramática del autor madrileño. El profesor alicantino divide la obra del dramaturgo en cinco etapas y encuadra sus años dorados entre 1956 y 1960, como también clasifica su creación dramática en ocho grupos, entre los que destaca el grupo de las tragicomedias, caso de, entre otras, Los pobrecitos, La corbata, La boda de la chica y Adela.
El entretenimiento intrascendente y la evasión de su teatro también calaron en el extranjero, sobre todo en Argentina y México. El cine no podía quedarse al margen de este éxito y la labor cinematográfica de Paso igualmente acaba sucumbiendo con prontitud a lo “cómodo”, ayudado por la escritura “mecánica” de Paso.
Como asevera Payá, “el éxito de Paso fue durante muchos años el anquilosamiento del teatro español” y es que, aunque Paso marcaba la senda del éxito comercial para el resto de dramaturgos, este camino era un corsé astracanado, que no dejaba ni un cabo suelto para riesgos vanguardistas o innovaciones escénicas, salvo concesiones tipo teatro de cámara o apuestas arriesgadas de empresarios con un margen de beneficio suficiente, gracias al último éxito de Paso, como para poder perderlo. Un Alfonso Paso que era capaz del triunfo de las dieciocho temporadas consecutivas de Enseñar a un sinvergüenza, pero también del fracaso rotundo de Judith, que solo se representó nueve días para disgusto de su protagonista Nuria Torray. Según Ruiz Ramón, Paso hizo “un teatro de limitadas significaciones, de contenido poco importante y de nivel elemental, renunciando a transformar revolucionariamente desde dentro el teatro público español”, porque la comedia de salón a lo Benavente no ponía el dedo en la llaga de la sociedad, ni mostraba las vergüenzas de la ciudadanía, ni efectuaba denuncia alguna, aunque los más atrevidos en este sentido fueran José López Rubio y Edgar Neville, encuadrados por Payá en la “canónica comedia de evasión”.
Payá advierte sin la rotundidad necesaria que la radicalización de dramaturgos como Carlos Muñiz, Lauro Olmo y Rodríguez Buded “nos parece una contestación a la frivolización de Paso”, y sostiene que Alonso Millán y Santiago Moncada “continuaron” la labor de Paso, incluyendo también a Jaime Salom, aunque, si bien el primer Salom sí que se presta a este emparejamiento, su posterior trayectoria lo aleje del hipotético magisterio de Paso.
El motivo del ostracismo de la figura de Paso reside en el agotamiento hasta la extenuación de un tipo de teatro recurrente y de la falta de evolución de su producción creativa, la cual no se ajustó a las nuevas inquietudes de la sociedad. Un público que llegó a jalearlo desde las butacas tanto como después lo defenestró de las carteleras. Para Payá, Paso, quien repudió el teatro de García Lorca en 1962, dejó “constancia de un modo de vida y de unas ideas que comenzaban a extinguirse y a transformarse en algo bien distinto”, que no logró volcar en su teatro por falta de voluntad y por unas inalterables convicciones.
Payá apunta los continuos conflictos de Paso con la censura, a pesar de su ideología y, en cuanto al posibilismo, se posiciona acertadamente con Buero Vallejo respecto a la postura más adecuada dentro de esta polémica. El libro concluye con casi cincuenta referencias críticas sobre el comediógrafo y una cronología comparada, no sin antes repasar su actividad como actor y novelista. Estamos, por lo tanto, ante una meritoria aproximación a un autor ineludible de la posguerra teatral española.
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