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Crítica de Guille63


Guille63
07 March 2023
Narciso y Goldmundo” es una novela filosófica con aires de cuento tradicional en el que se narra el viaje que emprende un joven hermoso y encantador llamado Goldmundo, que terminará siendo un camino al centro de sí mismo. Un viaje que inicia aconsejado por su maestro, Narciso, poseedor del don de intuir el fondo esencial de cada persona, y espoleado por un anhelo, una especie de culpa innata que le desasosiega y le empuja a buscar algo que no se sabe qué es ni dónde lo podrá encontrar.

“Mientras Narciso era sombrío y magro, Goldmundo aparecía radiante y lleno de vida, Y así como el primero parecía ser un espirito reflexivo y analítico, el segundo daba la impresión de ser un soñador y tener alma infantil…

Bien pronto descubriría Goldmundo que su anhelo pudiera estar íntimamente relacionado con la muerte. Aprender a enfrentarse a ella será el objetivo de su vida errante.

“Sí, mi estimadísimo amigo, el mundo está lleno de muerte, lleno de muerte; sobre cada vallado aparece sentada la pálida dama, escondida detrás de cada árbol, y de nada vale que edifiquéis muros y dormitorios y capillas e iglesias, porque atisba por la ventana, y se ríe, y os conoce a todos, y en medio de la noche la oís reírse ante vuestras ventanas y pronunciar vuestros nombres. ¡Seguid cantando vuestros salmos y encendiendo hermosos cirios en los altares y rezando vuestras vísperas y maitines y coleccionando plantas en el laboratorio y libros en la biblioteca!... Todo se irá, todo se irá al diablo, y en el árbol aguardan los cuervos, los negros frailucos.” …

Vivir el presente, disfrutar de lo que la vida le regala en cada momento, soportar el sol, la lluvia, la sequía, la nieve con la misma dulzura y mansedumbre que lo hacen los bosques, deleitarse con todo el placer que le procuran las mujeres, por las que es generosamente adorado, esa fue su primera respuesta.

“Podía entregarse a aquella tristeza y a aquel espanto de la transitoriedad con el mismo fervor que al amor, y esa melancolía era también amor, era también carnalidad. Así como el goce erótico, en el instante de su máxima y más dichosa tensión, sabe que inmediatamente después se desvanecerá y morirá de nuevo, así también la íntima soledad y la melancolía sabían que serían tragados súbitamente por el deseo, por una nueva entrega a la faceta luminosa de la vida.” …

Y vio que todo era bueno y necesario, pero también que “lo bello y amado es efímero”, que su búsqueda del placer no terminaba con su desasosiego y, una vez saciado el deseo, volvía a estar en medio del desierto.

¿Podría ser Dios la respuesta? No, Goldmundo no podía confiar en un Dios que, “o bien no existía en absoluto o no podía darle ayuda”, un Dios que había creado un mundo horrible poblado de seres miserables. Un Dios curioso es también aquel en el que cree Narciso, abad de la congregación de la que era alumno Goldmundo, un Dios perfecto, pero creador de un mundo imperfecto, un Dios para el que nuestros actos son pueriles, por lo que quizás valiera tanto una vida de esfuerzo y sacrifico permanente, de renuncia al mundo y a la sensualidad, que la vida de un artista, vagabundo y seductor de mujeres. ¿No era Dios quién nos había creado con “sentidos e instintos, con sangrientas tenebrosidades, con capacidad para pecar, para gozar, para desesperarse?”

“… tal vez el llevar una vida como la de Goldmundo no fuera tan sólo más inocente y más humano, sino que también, a la postre, fuera más valiente y más grande abandonarse a la violenta confusión y al torbellino, cometer pecados y cargar con sus amargas consecuencias, en vez de llevar una vida pura apartado del mundo, con las manos limpias, y construirse un hermoso jardín intelectual lleno de armonía y pasearse sin pecado entre sus resguardados macizos.” …

¿La necesidad de crear nace del deseo de asentar algo que dure mas que nosotros? ¿Podría ser el arte una respuesta al temor a la muerte? Pero el arte necesita una dedicación absoluta, absorbente, incompatible con la libertad de las grandes aventuras.

“… o bien uno se defendía y se encerraba en un taller y trataba de levantar un monumento a la vida huidiza, y entonces había que renunciar a la vida y uno era un mero instrumento, y aunque estaba al servicio de lo perduradero, se resecaba y perdía la libertad, la plenitud y el gozo de la vida… ¡Ah, y, sin embargo, la vida sólo tenía un sentido si cabía alcanzar ambas cosas a la vez, si no se veía escindida por esa tajante oposición! ¡Crear sin tener que pagar por ello el precio del vivir! ¡Vivir sin tener que renunciar a la nobleza del crear! ¿Por ventura no era posible?” …

Quizá la única solución es ver a la muerte más como una aliada que como una enemiga. En definitiva, “qué sería el placer de los sentidos si no estuviera tras ellos la muerte”. Cuando, pasados los años, ya no se siente esa necesidad del placer, esa necesidad de perpetuarse en la creación, cuando las llamas se han apagado, solo queda esperar que “la muerte será una inmensa dicha, una dicha tan grande como el primer abrazo amoroso… en lugar de la muerte con su guadaña, será mi madre la que me llevará de nuevo hacia sí, reintegrándome al no ser y a la inocencia.”

“…la terrible canción de la muerte sonaba en él de muy distinta manera, no áspera y macabra, sino más bien dulce y seductora, hogareña, maternal. Allí donde la muerte metía su mano en la vida no sonaba tan sólo de aquel modo estridente y guerrero sino también de una manera profunda y amorosa, otoñal y harta, y en la proximidad del morir, la lamparilla de la vida ardía con más claro e íntimo resplandor. Si para otros la muerte era un guerrero, un juez o un verdugo o un padre severo, para él era, también, una madre y una amante, su llamada un reclamo de amor, un estremecimiento de amor su contacto.” …

Me gustó su tono, su planteamiento, muchas de sus reflexiones, las preguntas... la respuesta que aporta puede que le sirviera al autor, aunque lo dudo mucho.
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