Cada vez que escribimos una carta, o nos acordamos de nuestros amigos durante un paseo solitario, estamos reforzando esos vínculos. Demostramos nuestra fe en los demás —la demostramos y, por tanto, la acentuamos— cuando experimentamos con calma la separación.
Estos, pues, son los fines de la soledad: ideas nuevas, conocimiento del yo y proximidad a los otros. Grosso modo, esos tres ingredientes componen una rica vida interior. Resulta que huir de las multitudes nunca fue el objetivo de la soledad: antes bien, la soledad es un conjunto —un nicho ecológico— dentro del cual se cosechan esos frutos. Por eso hay que evitar a toda costa que corra peligro.