Guiño

El cáncer, desgraciadamente, no es cosa de adultos. Se nos pone la piel de gallina de pensarlo, pero esta terrible enfermedad no hace excepciones, de ningún tipo. Y es sumamente cruel, no solo por su importancia, sino por sus tratamientos.

Guiño tiene todos los ingredientes para ser una historia triste, pero no lo es. Es dura, no voy a negároslo, porque, a pesar de su enfoque, Ross no deja de ser un adolescente enfrentándose a la crudeza de un cáncer de ojo, a sus consecuencias y a una radiación que hará estragos, entre otras cosas, en su aspecto. En un momento de la vida en el que crees que lo tienes todo por delante, en una época en la que aún no has aprendido que en cómo luzcas no se encuentra lo más importante. Sí, acompañar a Ross en sus miedos, inseguridades y percances escolares es… duro.

Pero Rob Harrell, como superviviente del cáncer, ha querido llenar la historia de este chico de coraje, de mensajes de superación. Ha querido normalizar las emociones, los altibajos, las frustraciones… Ha querido mostrar cómo no solo se producen cambios en el enfermo, sino que su entorno tampoco será ya el mismo. Ha querido abordar lo que significa ser “el niño con cáncer”.

He disfrutado muchísimo de esta novela. Sus personajes me han llegado, especialmente Frank, el profesional que acompaña a Ross en sus sesiones de radioterapia, y que me ha confirmado la importancia de la actitud, de normalizar lo que es tan abrumadoramente anormal. La importancia de encarar los devaneos de la vida con ¿valentía?, no, tener miedo es humano, mejor con humor y confianza.

Siendo el cáncer un tema tan dolorosamente actual, aplaudo que una novela juvenil lo ponga en la palestra y lo haga de este modo. Un regalo, sin duda, para el público objetivo de esta publicación.