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Crítica de Guille63


Guille63
18 March 2023
Empecé entusiasmado la lectura de este álbum de fotos sin cronología comentado por una inteligente y aguda Elizabeth Hardwick. A menudo me ensimismaba con una frase («Cuando viajas, lo primero que descubres es que no existes»), una expresión («un aburrimiento azul y límpido»), un párrafo («Buscando lo fosilizado, buscando algo: personas y lugares densos y revestidos de una forma definitiva. Y en cambio, lo que hay son muchos pececillos, muchísimos, nadando libremente, temblando, atentos a escapar de la red»). Me gustaba su característica forma de terminar sus reflexiones o descripciones con frases categóricas que las resumían y las elevaban («Eros tiene mil amigos», «El cementerio espera que alguien lo profane»). Disfrutaba de los retratos que iba haciendo de esas personas con tendencia a «obedecer las leyes de la gravedad y a hundirse hacia el fondo, cayendo con la delicadeza y la lentitud de un cometa o rompiéndose violentamente, haciéndose añicos»: la hija del jardinero, amargada, loca de ira y con un profundo rencor «a la humillante imagen de las tijeras de podar de su padre en el seto»; la queridísima hija de un ferroviario y de una mujer grande, alta y trabajadora, que se convirtió en prostituta: «No busquemos los motivos»; la «rutilante, lúgubre y solitaria» Billie Holiday que «nunca cedió a la tentación de buscar alivio en la sensiblería»; las fiestas donde todos eran inteligentes y las mujeres con vidas que giraban «alrededor del amor y la decepción» lucían sus doctorados.

Sin embargo, pasado el ecuador de la novela, los retratos y los personajes retratados, con gratísimas excepciones, empezaron a interesarme menos, por lo que la densidad de su estilo me requería un esfuerzo que ya no era tan placenteramente recompensado. No sé qué ocurrió realmente, no sé qué encontré en la primera parte que no pude hallar en la segunda, quizás la libertad que desprendía un relato sin estructura, su singularidad, dejó de hacerme efecto o puede que echara en falta más perfiles de historias tan sugerentes y evocadoras como este:

“A veces, cuando pienso en las personas desgraciadas a las que he conocido, tengo la impresión de que todo lo que les rodea se les parece. Las ventanas se duelen de las cortinas; las lámparas, de su pantalla de tela; la puerta, de su cerradura; el ataúd, de la capa de suciedad que lo ahoga.”

O puede que en estas noches insomnes de la autora a mí terminara por entrarme sueño.
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