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Me generó mucho entusiasmo leer al último Nobel, y la novela se veía prometedora. Sin embargo me resulta difícil hacer un balance de la lectura. El comienzo es poderoso, con el ex-arquero Bloch recién despedido de su empleo como obrero de la construcción, que comienza a vagar cual flaneur baudelaireano por Viena, de tedio en tedio, sintiéndose invisible hasta que rompe esa monotonía con un crimen absolutamente arbitrario e injustificado. Huye a una ciudad fronteriza, y allí también se sumerge en el tedio de una existencia repetitiva e insignificante. La escritura es absolutamente impersonal y plagada de simbolismos y leit motifs: ruidos de cosas que se rompen, como la vida y la psiquis de Bloch; cosas que ruedan fuera de su alcance, como la pelota que apenas se le escapa al arquero y lo condena cruzando la línea; verbos de percepción que nos dan la impresión de que Bloch es un aparato receptor de impresiones pero incapaz de expresar nada. Todo esto es un gran mérito de la obra. Habiendo dicho esto, no es el tipo de obra que a mí más me gusta. Tiene resonancias existencialistas en obras como La náusea, de Sartre, y El Extranjero, de Camus, novelas que no están entre mis favoritas. Ese tipo de literatura del tedio me genera... tedio. ¿La recomiendo? Sólo si les gusta este tipo de novela muy simbólica y psicológica y con muy poca acción. |
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