Las mujeres de Hopper

En aquel cuadro, el mejor sin duda que pinté jamás, el último que pintaré en mi vida, deposité además mi narración, mi historia de amor imposible, poblada por los muebles que habían sido testigos de esta historia, con un mar invisible al fondo, cuyo enfurecido oleaje yo sí podía percibir detrás de las azoteas espectrales de una ciudad envuelta por la niebla y bañada por el sol al mismo tiempo.

No sé por qué esperamos siempre que los momentos más difíciles de la vida vayan acompañados por un aura de excepcionalidad que nos permita sentirnos héroes trágicos, protagonistas de una historia que provocará en los demás un profundo respeto y hasta algunas lágrimas. Lo que suele pasar es que las mismas circunstancias que, en nuestra opinión, deberían garantizarnos la dignidad nos cubren de ridículo.

La forma en que una mujer o un hombre se tienden o duermen en la cama que comparten cuando el otro no está revela mucho de su conocimiento mutuo.

Todo lo que nos rodea nos narra.