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Crítica de Guille63


Guille63
17 March 2023
“Todo «te quiero» entraña una promesa y las promesas nos dañan, pues dividen la vida en momentos de obediencia y momentos de traición.”

Verán, de la misma forma que Sergio Prim, el Bernardo Soares desasosegado que protagoniza esta narración, se encontró con Brezo, su enamorada, yo encontré a Gopegui en una suposición.

Corría el año 1998 cuando me topé con una novela que acababa de salir titulada “La conquista del aire”. En ella, sus jóvenes protagonistas veían como sus principios, sus ideales y su teórica y progresista escala de valores se topaba con la dura realidad de unos adultos que empezaban a asumir responsabilidades. No podía ser más oportuno. Supuse que el libro me cautivaría y supuse bien.

Ahora, y tras un par de contratiempos en el ínterin, leer “La escala de los mapas” ha sido como, al igual que ocurre en la novela, toparse de pronto y por sorpresa con un antiguo amor que, haciendo verdad aquello de veinte años no es nada, se me cuelga del brazo y prácticamente me arrastra, bien lo sabía yo, a uno de aquellos bares, qué lugares, tan gratos para conversar.

“Mirarla a ella era no percibir ni un solo silencio, como si por fin fuese posible imaginar un espacio sin monstruos agazapados, sin recuerdos contritos, como si hubiera yo perdido el miedo a tropezarme entre una baldosa y otra baldosa, a hundir mi mano entre un fragmento y otro de aire.”

En nuestro caso los sentimientos no eran tan excesivos, los dos sabíamos muy bien qué fue lo que nos unió y qué fue lo que después nos distanció, pero aun así a los dos nos brillaron los ojos. ¿De qué conversamos? Habló ella y habló de una forma que no le recordaba, muy lírica y poética, con un estilo como de hidalgo trasnochado, con “un halo noble de tuberculoso”, muy romántico, hasta engolado, muy de otro tiempo. Todo giró alrededor de su personaje, Sergio Prim, el escéptico incapaz de ilusionarse, el geógrafo detector de paisajes, aquel que, como un personaje sacado de una novela de Vila-Matas, consiente con el fracaso buscado por no arriesgarse al fracaso real que da por seguro, aquel que por no ser infeliz huye de la felicidad, el incapacitado para el amor de Brezo por no querer mezclarla “con el final renegado de las cosas”, por no ser descubierto como el libro flaco que cree que es, “que se llega enseguida a su última página y después sólo queda una ingrata desolación”, por pensarse equivocadamente grande en la escala del mapa con el que Brezo se relaciona con el mundo.

“Todo está comunicado…si entro en mi pijama tal vez salga al camisón dorado de tu cuerpo, tu cuerpo que en el sexo limita con el mío. Y si me acuesto, es el colchón la tierra donde el pielroja se tumba para oírte galopar. Y si cierro los ojos, tú los abres, estremecida de placer. Y si me duermo, el afluente de mi sueño desemboca en el río donde duermes tú.”
Algo, o puede que mucho, tiene también este Sergio Prim del Marcel Proust que ama más y mejor en la distancia, en la soledad de su mundo narcisista en el que solo él cabe, con sus deseos, y en el que, lamentablemente, lo anhelado por su mente es repelido por su vida. Nada es capaz de conseguir que Prim renuncie a la búsqueda de la brecha, ese ansiado hueco del espacio y del tiempo en el que habitar para siempre en la seguridad y la tranquilidad de no sentir, y desde donde, sin recurrir al esfuerzo, emular al nadador personaje del cuento de Cheever y abrir caminos que nadie advierte, construir canales que vinculan y comunican con Brezo y así habitar su presente por siempre. Ni siquiera importa si Brezo, distante y por ello crecida en su deseo, se encuentra ya en otros brazos.

“… el hombre debe aprender a vivir en lo imaginario… debe a menudo existir sin cometer acto ninguno, acariciar, penar, acompañar imaginariamente, y esto es moderación o temperancia, buenos modales para contigo, mi onda, mi partícula.”
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