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Ya desde el principio sabía que me iba a enamorar de este libro. Lo presentía por la forma de escribir Aida, por el tema que trata, la honestidad; por narrar sin filtros, sin adornos, la realidad desde los ojos de una niña. Creo que la autora ha construido una maravilla. Digo construido porque a medida que vamos leyendo la historia, nos vamos construyendo el mundo de Aída al mismo tiempo que ella. La vemos crecer, aprender, dudar, sentir, temer, odiar, sangrar. La vemos como si nos viéramos en el espejo, como si no entendiéramos la vida porque solo tenemos diez o doce años, pero, al mismo tiempo, la comprendemos a la perfección. Esta novela es cruel y es sincera y es bellísima y es un abrazo que quieres darle a esa niña y un guantazo a ese otro niño y es un grito que necesitas liberar de tus pulmones para que se entere el mundo entero que hay cosas que duelen y no sabemos cómo decirlas. Que menos mal que existen las amigas. Que menos mal que de la grieta sale el agua que se había quedado aprisionada, de la herida, la sangre caliente. Que qué alegría encontrar a personas que te vean y te quieran ver y te pinten en el yeso que ahora forma parte de tu cuerpo. Que cuánto necesitamos romper los silencios y los espacios que nos hacían pequeñitas y las personas que nos colocaban en esos espacios. Que qué necesario dejar la leche condensada y atiborrarnos de sal, sal para las heridas, para las penas, para quitar el dulce sabor de lo que lleva demasiado tiempo en nuestras lenguas. La libertad del cambio, el progreso que conlleva dejar atrás todo lo demás. |
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