De manera impulsiva agarró al príncipe del brazo y le dijo: —Ayer vi nacer a un potrillo. Parecía una estupidez, pero como fue lo primero que se le vino a la cabeza siguió hablando del tema con suma seriedad. —Cuando el tiempo mejore te llevaré a verlo. Es la cosa más increíble del mundo. Varian se volvió hacia él y lo observo fijamente durante largo rato. Una amplia gama de emociones surcó su rostro: indignación, incredulidad, gratitud, ansiedad, comprensión. De pronto. Sus ojos castaños se llenaron de lágrimas y Varian apartó la mirada; cruzó los brazos y se hizo un ovillo, mientras sus hombros temblaban al ritmo de los sollozos que procuraba acallar como podía. Pero ya no era capaz de reprimir más sus sentimientos. A través de aquellos sonidos discordantes y atroces lamentaba la muerte de un padre, un reino y una forma de vida por los que probablemente no había podido llorar hasta ese preciso instante. Entonces Arthas le agarró el brazo y percibió que aquello que sostenía entre los dedos estaba rígido como una piedra. —Odio el invierno —confesó entre sollozos Varian. Y la inmensidad del dolor que expresaban esas tres sencillas palabras, aparentemente incongruentes, impacto a Arthas, quien, incapaz de ser testigo de tanto dolor ni de hacer nada por aliviarlo, le soltó el brazo, se dio vuelta y se dirigió hacia la ventana. + Leer más |