Memorias de una suegra

Como si de un ser vivo se tratara, la protagonista de sus propias memorias pretende hacer de su causa un alegato a favor de esa terrible especie venenosa llamada suegra.

Juega a su favor, que el elenco de hijos, nueras y yernos que le han tocado en suerte son, sin duda, los más inútiles que ha conocido el universo y por tanto irreal.
Bien es sabido que quienes sufrimos esa figura matriarcal, metomentodo y campeona olímpica de la crítica somos, en general, seres perfectos.

Vilipendiadas hasta decir basta, Jane Tressider abandera a las madres de nuestras parejas para ponernos un espejo en donde se reflejan todos los defectos y miserias que como hijos políticos tenemos.
Ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos, ni todo en el monte es orégano o marihuana.

A esta mordaz novela de George R Sims hay que añadirle la sátira hacia la sociedad victoriana, sus modales impostados y su alta hipocresía.

Jane, como toda suegra, está llena de prejuicios, es exagerada, dramática y no tiene filtro. Dice lo que piensa sin ahorrarse una coma.
Es decir, es la anciana en quien se convertirá mi compañera de lectura, pues todos estos dones, los practica ya.

El problema es que tiene razón en absolutamente en todos los cotidianos y disparatados pasajes que nos describe a lo largo de la narración.

La novela en sí, carece de matices o profundidad, es sencilla, trivial, pero tiene un punto ácido que te hace sonreír y, por encima de todo, esa maravillosa y elegante prosa inglesa de finales del XIX.

Un excelente ejemplo de como el buen humor, lo absurdo y hasta surrealista, no precisa de personajes estrambóticos con excesivas vueltas de tuerca.
Bata, moño y un fuerte carácter es suficiente y, a la par, más realista.

Mención especial al huevón del año, el señor Tressider, esposo diligente de nuestra heroína para el que la palabra tranquilo es demasiado vertiginosa.

Una gratísima sorpresa.