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Crítica de mifuga


mifuga
23 March 2022
Hay cartas de amor que no se envían. Cartas de amor que se escriben cuando su destinatario ya no respira. Otras que arden en cuanto se firman, como las versiones no publicadas de una novela que los lectores han devorado durante décadas. Hay cartas de amor que son una despedida. En ocasiones, un homenaje. A veces, una manera de compartir ese peso que ha dejado en nosotros el dolor del adiós

Gabo y Mercedes: una despedida (Penguin Random House Grupo Editorial, 2021), es esa misiva que Rodrigo García dedica a sus padres cuando ya no están en este mundo para poder leerla. En ella aparecen recogidos los últimos días del escritor Gabriel García Márquez, aquejado desde hacía un tiempo de una demencia que le hizo olvidar sus propias obras, asomarse a sus páginas, como si fuera la primera vez, y sombrarse encontrando su propia fotografía al final.
El reto del hijo es aunar al Gabriel padre y al Gabriel autor, al hombre y al mito. Enfrentarse a que ese que yace en una cama hospitalaria en la habitación de invitados del 144 de la Calle Fuego. Hacerlo sin artificios. Colocar al lector a su lado. Y que duela. Porque el vacío produce una angustia que hiere. Y agrieta la realidad.

Se escapa Gabo rodeado de enfermeras, auxiliares, con su secretaria, doctores que entran y salen. Con sus hijos, que no terminan de asumir que continúe floreciendo el jardín mientras su padre agota su tiempo. La vejez es cruel. La conciencia de que cada día era uno menos ya lo atenazaba, llenándolo de pena, y lo reconocía, con toda sinceridad. Sin perder nunca el sentido del humor. Ni el exquisito placer de contar. de seducir.

Mercedes Barcha, que nunca sería la viuda, porque siempre tuvo su propia identidad, dio la orden de que nadie llorara ya que está historia también le pertenecía. Y como la Jefa Máxima que era, ejerció de matriarca de los García-Barcha, sin dejar de fumar y de dirigir al clan, hasta su muerte, en agosto de 2020. Preguntando cuándo terminaría una pandemia que aún la sobrevive.

En Cartagena, dentro de la base de un busto del escritor, se encuentran sus cenizas, hasta entonces, custodiadas en la casa familiar. Y, como bien sabe Rodrigo, allí seguirán, tal vez siglos, seguramente continuarán cuando todos nos hayamos ido. Igual que perviven sus obras y que nos encuentran en el metro, en el aula, en la tumbona de al lado. Porque la literatura siempre gozará de la suerte de la inmortalidad.
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