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Crítica de Ferrer


Ferrer
06 January 2021
Con el juguete dramático de El método Grönholm, escrito en 2002 y que en un inicio se titulaba Selección natural, Jordi Galcerán nos trae a la memoria su también
taquillera Palabras encadenadas por la perfecta ordenación de los sucesos que ocurren, graduados de forma milimétrica, en esta ocasión en una sala del Departamento de Personal de una multinacional sueca, Dekia, que busca a un alto ejecutivo, un director
comercial entre cuatro aspirantes. Si el thriller psicológico Palabras encadenadas revela la crueldad en las relaciones sentimentales, El método Grönholm escenifica la
crueldad en las relaciones laborales aderezada con humor, tomando como pretexto una selección de personal en la que no importa quiénes somos ni cómo somos, sino lo que aparentamos ser. El engaño es un juego de seducción personal y no hay mejor juego que el escénico, en el que los personajes juegan entre ellos como una metáfora de las relaciones humanas y la obra juega con el público.
Los cuatro candidatos están encerrados en dicha sala y reciben órdenes desde el exterior, por medio de un buzón y un sobre, de alguien que observa cómo se aclimatan a cada situación y cómo resuelven los conflictos que se generan dentro del grupo. Las pruebas son cada vez más duras desde el punto de vista emocional, lo que desencadena un juego sucio y cruel con tal de ser el elegido. Hasta el punto de que Carlos dice: “Yo no sé cómo he aguantado tanto rato esta mierda de selección. Es vergonzoso que nos obliguen a… Si tuviéramos un poco de dignidad ya hace rato que tendríamos que haberlos enviado a tomar por saco. Todos”. Galcerán, quien se considera más artesano que artista y admirador de David Mamet, Juan Mayorga y Martin McDonagh, marca la tensión escénica como un reloj suizo,
dosificando los golpes de efecto hasta llegar a un final inesperado, respetando las tres unidades aristotélicas, con unos personajes que desconocen que pierden su dignidad a pasos agigantados hasta que ya es irremediablemente tarde. El hecho de que los protagonistas sean capaces de llegar a cualquier lado con tal de lograr el trabajo de sus sueños es aprovechado a la perfección por Galcerán, quien utiliza esta necesidad para
componer escenas memorables, como la de los sombreros, que tanto gustó al público.
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