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Crítica de Nemon


Nemon
15 May 2023
Es la primera vez que me aventuro a leer el cuento original, la primera versión de todas, donde la bestia tiene pezuñas y hocico de jabalí, pertenece a una aristocracia distinguida y cultiva su jardín de rosas bajo un hechizo cruel que un hada malvada igual de retorcida le lanza. La Bella es hija de un comerciante que se traslada a vivir a la segunda residencia de su familia situada a las afueras de la ciudad, en el bosque, al caer su padre en quiebra. A quienes más les afecta la pérdida es a sus hermanas, que poco a poco irán sintiendo una envidia venenosa hacia la Bella. En total, son cinco hermanos, tres mujeres y dos varones que se reparten las tareas del hogar, entre la casa y la tierra. La Bella es la más humilde, la que le pide una rosa a su padre mientras sus hermanas exigen vestidos de alta costura y joyas, en un intento de recuperar sus aires de grandeza, pues le ha llegado la noticia de que sus barcos han aparecido y han llegado a puerto. El padre parte inmediatamente para ver si puede salvar su fortuna antes de que sus avaros socios se apropien de todo.

Lo más drástico es cuando el padre, en su infructuosa vuelta, se encuentra con la mansión de la bestia, y está reclama su muerte por cortar una de sus amadas rosas, pero que tras una conversación en la que sale a colación sus hijos, la bestia reclama a una de sus hijas a cambio de su vida.

Todos sabemos que es la Bella la que acude. A partir de aquí el cuento es visceralmente distinto. Aparecen monos mayordomos, pájaros exóticos charlatanes, una habitación que te traslada al balcón de una comedia italiana, entre otras a elegir. Y no solo eso, sino que va más allá. Conocemos la historia de porqué la bestia fue maldecida y de quién es hija realmente la Bella, y la historia, a su vez, de los verdaderos padres de la Bella.

Una prosa inigualable, un autodescubrimiento de uno de los cuentos más icónicos de los últimos siglos. Me ha gustado incluso más que la versión, más extendida, de Jeanne Marie Leprince de Beaumont, la que conocemos todos, más romántica y menos visceral.

Las imágenes que acompañan la lectura son igualmente brutales, maravillosas, de Walter Crane, que proceden de una edición de John Lane de 1901 y que tienen un interés especial porque este artista fue de los pocos en acudir a la versión de Gabrielle de Villeneuve.
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