En agosto nos vemos

Ana Magdalena Bach acude cada dieciséis de agosto a la tumba de su madre en una isla indeterminada del Caribe, en la que quiso ser enterrada. Un único día al año en el que se desprende de su traje de madre de dos hijos y esposa, y en el que adopta la costumbre de vivir escarceos amorosos con un hombre diferente que se cruce en su camino cada vez.
He sucumbido al torrente mediático de leer la novela publicada de manera póstuma del escritor colombiano. No seré yo el más adecuado para hablar ni de la conveniencia de su publicación, ni de su calidad literaria. Es ésta la cuarta obra que leo de Gabo y, evidentemente, para mí, no está a la altura de las tres anteriores.
¿Es una mala obra? Por supuesto que no. Aún en las circunstancias que rodearan la creación de lo que creo que es más un cuento largo, de sus paginas se desprende la habilidad de aquél que de su innegable don ha hecho oficio durante toda su vida. Gabriel García Márquez, redomado perfeccionista de sus escritos, seguramente hubiera deseado darle alguna vuelta más a esta historia.
¿Está a la altura de literatura publicada en la actualidad? Seguramente está muy por encima de la mayoría. Y entiendo su publicación en tanto legión de fans del escritor deseosos de ampliar sus agotadas lecturas del premio Nobel así como documento histórico en lo literario.
Una historia sencilla, ambientada en un "presente" que suena extraño en el conjunto de la obra del escritor, con una protagonista femenina también poco habitual. ¿Que me hubiera gustado mayor desarrollo tanto de personajes como de la trama? Sí. ¿Que se disfruta y se percibe la esencia de un gran escritor? Pues también.