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Crítica de Guille63


Guille63
31 January 2024
“¿Cómo es posible que este indio pueda escribir una cosa tan bella con la misma mano con la que se limpia el culo?”

Esto mismo, dicho por Márquez en relación a Rubén Darío y por boca de su patriarca, es lo que me sale a mí después de leer esta maravilla que es “El otoño del patriarca”. Esta novela supera en mi escalafón garcíamarquiano a Cien años de soledad o Amor en los tiempos del cólera, no les digo más.

Del mismo modo, también cabe preguntarse cómo se puede escribir de una forma tan bella, tan poética, tan sensual, sobre hechos tan horribles y crueles. Todo es atroz en esta historia repleta de corrupciones, salvajadas y abusos de todo tipo. Hasta el amor y el sexo vienen siempre envueltos en la brutalidad y el atropello (con un par de excepciones y una de ellas es la seducción de una niña).

La búsqueda del poder omnímodo sobre un pueblo que le glorifique, por las buenas o por las malas, que de las dos cosas hay en este pueblo que también busca el poder y la seguridad a través de su patriarca, acaba por sacar toda la vileza del personaje. El miedo condiciona a todos, patriarca y súbditos. Uno porque acaba por no saber “quién es quién, ni quién está con quién ni contra quién” sintiendo todo el peso de la soledad más absoluta tras los tres cerrojos, los tres pestillos y las tres aldabas de su dormitorio. Los otros por el terror que les infundía el dueño que, sin necesidad de razones, podía disponer de sus vidas, de sus suertes y de sus muertes y que acababan por temer hasta la posible desaparición del amo por lo que les aguardara tras él.

“…decían que yo era el benemérito que le infundía respeto a la naturaleza y enderezaba el orden del universo y le había bajado los humos a la Divina Providencia.”

El realismo mágico está muy presente en toda la novela dando base a una parodia del mito de este dictador compendio de tantos dictadores hispanos. Su mandato, cuyo destino venía prefijado en la ausencia de las líneas de la mano, duró varios siglos y terminó en la forma “anunciada desde siempre en las aguas premonitorias de los lebrillos”, engendró a más de cinco mil hijos sietemesinos y fue capaz hasta de vender el mar caribe a pedazos para ser plantado lejos “en las auroras de sangre de Arizona” o de regalar el paso de un cometa a su amada. Toda la narración se establece en un tiempo circular que no avanza y que comienza hasta seis veces, una por cada capítulo, con la misma imagen del patriarca…

“con el uniforme de lienzo sin insignias, las polainas, la espuela de oro en el talón izquierdo, más viejo que todos los hombres y todos los animales viejos de la tierra y del agua, y estaba tirado en el suelo, bocabajo, con el brazo derecho doblado bajo la cabeza para que le sirviera de almohada, como había dormido noche tras noche durante todas las noches de su larguísima vida de déspota solitario.”

… en un flujo continuo donde escasean los signos de puntuación y las voces narrativas, en primera o tercera persona, se suceden sin cortes ni espacios configurando un estilo que tanto me ha recordado al de mi admirado Lobo Antunes, autor que decía que “la literatura es un delirio organizado” y que tan bien cuadra para definir esta novela.

“…cuando al cabo de tantos y tantos años de ilusiones estériles había empezado a vislumbrar que no se vive, qué carajo, se sobrevive, se aprende demasiado tarde que hasta las vidas más dilatadas y útiles no alcanzan para nada más que para aprender a vivir, había conocido su incapacidad de amor en el enigma de la palma de sus manos mudas y en las cifras invisibles de las barajas y había tratado de compensar aquel destino infame con el culto abrasador del vicio solitario del poder, se había hecho víctima de su secta para inmolarse en las llamas de aquel holocausto infinito, se había cebado en la falacia y el crimen, había medrado en la impiedad y el oprobio y se había sobrepuesto a su avaricia febril y al miedo congénito sólo por conservar hasta el fin de los tiempos su bolita de vidrio en el puño sin saber que era un vicio sin término cuya saciedad generaba su propio apetito hasta el fin de todos los tiempos…”
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