Cien años de soledad

No voy a intentar hacerme la listilla ni la graciosilla ni nada que termine en -illa, porque sobre Cien años de soledad está todo dicho, y siempre me da miedo decir cosas que no son importantes o admirables sobre libros sobre los que, por otro lado, poco puedo decir que fuese brillante, así que, como siempre, aquí viene una opinión personalérrima y cien por cien subjetiva:

Lo primero, es que ya me habría gustado darle cinco estrellas a este libro que, al final me hizo dudar (el cierre es espléndido, y la última frase es para enmarcar, tatuar, grabarse en la frente con unas llaves hasta que sangre, te quiero mucho, Gabriel, por esa última frase), pero a lo largo de estas casi 400 páginas, de estos 8 días de delirio lector, no siempre sentí que fuese un-libro-cinco-estrellas: pequeños destellos de salida a la superficie, al mundo real, de no total absorción por la historia, me sacaron, o mejor dicho, me impidieron una inmersión siempre total (aunque, repito, fueron destellos, a los segundos volvía a entrar). Pero qué importa, será un cuatro estrellas, o un cuatro con cinco, o un tres setenta y cinco, qué más da porque esto es un librazo y aquí van las pinceladas de por qué así lo creo:

- Gabriel García Márquez se ha sacado el nardo (PERDÓN), se lo ha pasado como nadie escribiendo esto, y en ese frenesí creativo e n c i m a no se olvidó de escribir como un absoluto genio, porque qué texto, amigues.
- Cien años de soledad se siente un cuento para adultos, pero un cuento: como esos que nos contaban de niños antes de ir a dormir, y no sé si en mi vida adulta había sentido eso alguna vez con un libro.
- La estructura... Me imagino a este hombre encerrado en un despacho con pizarras y papeles alrededor a lo detective de thriller, uniendo con hilos rojos personajes y tramas hasta quedar él mismo atrapado en esa vorágine. Tampoco nunca había leído un libro tan complejamente armado, hasta el punto de que siento que si se leyera de atrás a delante, tendría el mismo sentido perfecto.
- El temor de todos los hijos de parecerse a sus padres (que es una constante vital y humana) se ve aquí cumplida como una pesadilla sin fin de la que todos los personajes creen que podrán escapar y a la que todos sucumben. Terrible, certero y genial.
- Hay un párrafo, amigues, que qué párrafo. Lo voy a trascribir, porque nunca había leído a un autor escribiendo en su propio libro lo que está haciendo con ese libro. No salgo de mi asombro. Ya ahora, elegís vosotres si queréis leerlo o no. Aquí va: «No se le había ocurrido pensar hasta entonces que la literatura fuese el mejor juguete que se había inventado para burlarse de la gente [...]. Había de transcurrir algún tiempo antes de que Aureliano se diera cuenta de que tanta arbitrariedad tenía origen en el ejemplo del sabio catalán, para quien la sabiduría no valía la pena si no era posible servirse de ella para inventar una manera nueva de preparar los garbanzos». Bueno es queeeee, genio y figura si me preguntan (y no poco la última frase de la que hablaba arriba por vergüenza, porque es clave del libro en parte y un cierre que merece ser descubierto en la primera lectura, y lo difícil que es encontrar frases finales tan buenas en los libros. Gracias por ello).

¿Un deseo? Tener algún día tanto vocabulario como este señor.
¿Algo que no había esperado según leía? Ese vacío que se me quedó dentro con el fin de la historia de los Buendía.
Maravilla.