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El Diario de Anna Frank es uno de los primeros libros que he leído en mi vida; asimismo, una de las experiencias más enriquecedoras que ha tenido. En primer lugar, me sumerjo en una desmesurada melancolía al ser testigo de la intimidad de una joven cuya proliferación madurez se refleja en todas sus cartas; Además, siento un profundo desasosiego al presenciar los crueles actos cometidos contra la humanidad en esa época. Por otra parte, Anna me acoge a lo largo de la historia con una tierna familiaridad, compartiendo sus sueños, esperanzas, pesares y divagaciones, lo cual me hace desear abrazarla y ser ese amigo que tanto necesita — como si de Kitty tratase; También, ser aquel que especte su proceso de madurez, desde la dicotomía entre su desenfado y modestia hasta la reflexión sobre la dualidad de su persona al final de la historia. Personalmente, El Diario de Anna Frank despierta en mí, como joven, una ávida sed de libertad y expresión personal, gracias a la perseverancia de Anna ante las adversidades que enfrenta a lo largo de sus memorias.
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