Una retratista en la corte de Enrique VIII

Como enamorada de la novela histórica y de la historia del renacimiento en Europa en general, decir que me alegré de recibir este libro es poco, porque mezclaba según sinopsis una de las cortes que mejor conocía y un personaje que prometía.
Por desgracia, no es lo que he obtenido.

Porque Eleanor no llega a ser considerada retratista con su propio nombre y lo poco que ejerce en la corte Tudor, lo hace como aprendiz de Holbein, que es el único que parece dispuesto a darle una oportunidad en todo libro.
Por suerte, el libro no sucede en su totalidad en Inglaterra, porque la autora ha carecido de una documentación completa de la época y se ha quedado en los rumores y datos sin base que aún arrastramos sobre las esposas. Me molestó especialmente el tratamiento a Ana de Cleves, que no padecía la enfermedad descrita y su intelecto era perfecto (mantuvo su propia corte y era apreciada por embajadores y campesinos después del divorcio, además de aprender inglés y juegos de azar, entre otras muchas cosas), y el comentario sobre su físico comparándola con una yegua fue dicho por un obispo muy posterior a la época.

El caso es que después de Inglaterra vamos a Italia, donde Holbein le ha conseguido acceder a los talleres de Tiziano para seguir aprendiendo y hacerlo como mujer, pero al primer impedimento se disfraza de hombre, y a la primera crítica cede a alejarse de la escuela y no vuelve a intentar pasar el examen.
Su historia de amor con Andrés se me hizo de lo más incómoda, por cómo se aprovecha de ella desde el primer momento y la va haciendo renunciar a su sueño una y otra vez.

Hasta dos veces tiene la oportunidad de volver a la escuela italiana como mujer, y en las dos renuncia por amor (primero a Andrés, luego a su hija). Sinceramente, me ha decepcionado mucho, después de todo lo que ha trabajado para salir adelante, que en ningún momento se anteponga a sí misma y su pasión por el arte.
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