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Mentiría si dijera que tenía del todo claro qué me había parecido este libro porque, en un primer momento, sentí que no había terminado de conectar con él (también tenía la teoría de que era por mi momento actual, pero esa es otra historia más larga y menos interesante). Sin embargo, cuando he vuelto a las páginas que tenía marcadas, a subrayar algunos fragmentos y a escribir las fichas, a mí también me ha iluminado la luz. Este es el primer libro suyo que leo, pero me ha quedado claro que Nona Fernández no es una escritora sencilla. Engaña, quizás, por ese lenguaje tan pulido donde no falta ni sobra una coma y donde cada palabra está escogida perfectamente, pero toca una cantidad de temas y de una profundidad bastante impactante cuando piensas que el libro, de pequeño tamaño además, solo tiene 110 páginas. En estas páginas se habla de la falsa realidad que nosotros mismos creamos mediante recuerdos, historias o pensamientos de otras personas, lo cual no es poco decir en la época de las redes sociales. Se habla de cómo realidades que asumimos tan evidentes y obvias hoy día, como la luz eléctrica, fueron en algún momento algo impactante e hipnótico. Se habla de memoria histórica y de cómo a veces la luz no llega a iluminar ciertos sitios o ciertas épocas. Y me ha encantado la reflexión final sobre cómo ciertos lugares no solo no admiten que se les ilumine sino que el mero hecho de no pertenecer a una cierta categoría (llámese profesional, social, de clase…) automáticamente parece deslegitiminarnos para iluminarlos. Afortunadamente las letras, la palabra, la escritura y la literatura son un foco muy potente que nadie puede apagar ni redirigir. Este libro me parece de esos a los que se vuelve cada cierto tiempo, descubriendo muchas cosas nuevas no solo en él sino en uno mismo. Ahora ya, a diferencia de al principio, tengo claro que seguiré leyendo a la autora. |
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