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Crítica de rafaperez


rafaperez
28 January 2022
Clama al cielo lo que ocurre en España con sus glorias.

Uno pasea por la vieja Europa y encuentra arcos napoleónicos o esa "pequeña" plaza de Trafalgar londinense.

Sin embargo en nuestra piel de toro de Lepanto, conocemos más al manco y de Las navas, un monumento vistoso en un pinar de Jaén. ( Con todos mis respetos y aplausos a la ciudad)

Delirante lo de Valencia que dedica una avenida enorme a un mercenario de Vivar, y el pobre Jaime primero tiene una misera vía, esquina con la calle Quart, donde lo único mencionable es una jugueteria sexual y hasta las ratas vigilan su sombra.

Para algunos historiadorcillos, lo de San Quintín fue una pelea de bar. Poco más que un batallón de tercios disparando a unos aburridos franceses que pasaban por allí.

José Javier Esparza, que no es princeso, pero gasta parche a lo Eboli, con buen humor y mucha documentación, saca pecho y hace justicia a lo que en aquella batalla aconteció y lo mucho que se jugaba nuestro segundo Felipe.

El autor valenciano utiliza al capitán Julián Romero que en primera persona y a modo de memorias, narra que originó la batalla, como se decidió el lugar y las muchas estrategias que allí se dieron para alzarse con la victoria ( que no es spoiler porque lo pone en la trasera del libro)

Cierto es, que nuestro protagonista es enviado a un arrabal para impedir la llegada del ejército francés con un centenar de arcabuceros y también que la disposición táctica dejó a los de la flor de lis sin un solo pétalo y hechos foie gras.

30.000 almas de cada bando luchando por mucho más que el asalto y unos personajes caricaturizadados según usos y costumbres de la época.

Prosa mordaz al puro estilo de los tercios españoles en una novela, ligera, llevadera, didáctica y muy entretenida.

Un épico episodio de nuestra historia que bien merece una plaza de tres manzanas con la estatua de Manuel Filiberto de Saboya ensartando en su espada escargots y croissants para que los turistas franceses la pudieran contemplar en sus visitas.
Y llorar como hacemos tantos otros en Trafalgar Square.

P.d. se me estaba ocurriendo una maldad, pero me la guardo a riesgo de que se arme la de San Quintín.
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